Este libro es muy probable que sea falso, un idólatra Marianista, devoto de los santos que ha escrito e incluso anima a este libro que será publicado como algo sagrado. El contenido deste libro está lleno de idolatría a María, llamándola constantemente de la Santísima Virgen. El libro trata de una ordén de Jesús que ordenó a la iglesia para celebrar la fiesta de San José y que todas las familias se debe dar el nombre de José de al menos un hijo. Otra herejía deste libro de falsidad y apócrifo es que apunta a la evidencia de que en años mil de la era cristiana, sería el final del mundo. Probablemente algún escriba Marianista paganos trató de difundir en el seno del cristianismo el culto de María y José, pura idolatría. (Escriba Valdemir Mota Menezes)
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HISTORIA ÁRABE DE JOSÉ EL CARPINTERO
Preliminar
En nombre de Dios, uno en esencia y trino en personas, paso a referir la historia de la muerte de nuestro padre, el santo anciano José el Carpintero. Protélannos a todos, hermanos míos, su bendición y sus plegarias. Amén.
El total de los días de su existencia fue de ciento once años, y su salida del mundo tuvo lugar el 26 del mes de ab ib, que corresponde al mes de ab. Su plegaria nos guarde. Amén.
Nuestro Señor Jesucristo cantó esto a sus virtuosos discípulos, en el monte de los Olivos, y también les cantó toda la carrera de José en el mundo, y la manera como terminó sus días. Los apóstoles conservaron tan santos discursos, los escribieron y los depositaron en la Biblioteca de Jerusalén. Su plegaria nos guarde. Amén.
Jesús habla a sus discípulos
I. Un día, Jesucristo, nuestro Dios, nuestro Señor y nuestro Salvador, se sentó entre sus discípulos, que se hablan congregado cerca de é1, en el monte de los Olivos. Y les dijo: Hermanos y amigos míos, hijos del Padre que os ha elegido entre todo el mundo, vosotros sabéis que muchas veces os he anunciado que debo ser crucificado y morir por la salvación de Adán y de su posteridad, y resucitar de entre los muertos. Yo os confiaré la predicación del Santo Evangelio que sostiene la buena nueva, para que la anunciéis al mundo. Y os investirá de la fuerza de lo alto, y os llenará del Espíritu Santo. Anunciaréis a todos los pueblos la penitencia y la remisión de los pecados. Porque un solo vaso de agua que el hombre halle en el otro mundo valdrá más que todos los tesoros del mundo presente. Y el espacio de un pie en el reino de mi Padre vale más que todas las riquezas de la tierra. Y una sola hora de alegría de los justos es mejor que mil años de los pecadores, porque los lloros y las lágrimas de éstos no cesarán nunca, ni nunca se detendrán. Y jamás hallarán reposo, ni consuelo. Y ahora ¡oh mis nobles miembros!, cuando os pongáis en camino, predicad a todos los pueblos, dadles la buena nueva, y decidles que el Salvador los pesará en una justa balanza, y con una exacta medida, y que habrán de defenderse y de contestar por sí mismos en el día del juicio, cuando el Salvador les pida cuenta de cada palabra. Y tendrán que darla. Y, así como a nadie olvida la muerte, igualmente el día del juicio manifestará las obras de todos, buenas o malas. Y, según la palabra que os he dicho, no se precie el fuerte de su fuerza, ni de su riqueza el rico, sino que quien quiera glorificarse se glorifique en el Señor.
José queda viudo
II. Había un hombre llamado José, que pertenecía al pueblo de Bethlehem, ciudad de Judá y del rey David. Estaba muy instruido en las ciencias, y fue sacerdote en el templo del Señor. Conocía el oficio de carpintero. Se casó, según ejemplo de todos los hombres, y engendró hijos e hijas, cuatro varones y dos hembras. He aquí sus nombres: Judas, Justo, Jacobo y Simón. Las dos hijas se llamaban Asia y Lidia. Y la esposa de José, el justo, que loaba a Dios en todos sus actos, murió. Y este José, el justo, fue espeso de María, mi madre. Y partió, con sus hijos, para un trabajo de su oficio de carpintero.
Presentación de María en el templo
III. Cuando José el justo quedó viudo, María, mi madre, casta y bendita, acababa de cumplir los doce años. Porque sus padres la presentaron en el templo del Señor, cuando tenía tres años, y permaneció en el templo nueve. Y los sacerdotes, al ver que la virgen santa y temerosa de Dios había crecido, dijeron: Busquemos un hombre justo y temeroso de Dios para confiarle a María hasta el momento del matrimonio, para que no le ocurra en el templo lo que pasa a las mujeres, y Dios no se irrite contra nosotros.
Segundo matrimonio de José
IV. Entonces enviaron mensajeros y convocaron a los doce viejos de la tribu de Judá, que escribieron los nombres de las doce tribus de Israel. Y la suerte tocó al viejo bendito, José el justo. Y los sacerdotes dijeron a mi madre bendita: Vete con José, y vive con él hasta el momento de tu matrimonio. Y José el justo llevó a mi madre a su morada. Y mi madre encontró a Jacobo de corta edad, abandonado y triste como huérfano que era, y ella lo educó, y por eso fue llamada María madre de Jacobo. Y José la dejó en su casa, y partió para el sitio en que desempeñaba su oficio de carpintero.
María, encinta. José sospecha de ella
V. Y, cuando la virgen pura hubo pasado dos años enteros en su casa, desde el momento en que se la había llevado a ella, yo vine al mundo de mi propio grado, y, por la voluntad de mi Padre y designio del Espíritu Santo, encarné en María por un misterio que excede de la comprensión de las criaturas. Y, cuando transcurrieron tres meses de su embarazo, el hombre justo volvió de su trabajo, y encontró encinta a la virgen mi madre. Y tuvo gran turbación, y pensé depedirla secretamente. Y, por efecto de su temor, de su disgusto y de su angustia de corazón, no comió ni bebió aquel día.
Aviso del ángel a José
VI. Y, en medio del día, el santo arcángel Gabriel se le apareció en sueños, por orden de mí Padre, y dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque está encinta por obra del Espíritu Santo. Parirá un hijo cuyo nombre será Jesús. Y él llevará a pacer a todos los pueblos con un cetro de hierro. El ángel lo abandonó y José se levantó de su sueño. E hizo como el ángel le había ordenado y María vivió con él.
Natividad de Jesús
VII. Por aquellos días, el emperador Augusto César dictó un decreto, que ordenaba se empadronase la población del mundo entero, y que cada cual lo hiciese en su ciudad natal. José, el viejo justo, tomó a María, y se dirigió a Bethlehem, porque el tiempo del alumbramiento estaba próximo. Inscribió su nombre en el registro así: José, hijo de David, y María, su esposa, que son de la tribu de Judá. Y María, mi madre, me puso en el mundo en Bethlehem, en una gruta cercana a la tumba de Raquel, esposa de Jacobo, el patriarca, y que era madre de José y de Benjamín.
Huida a Egipto
VIII. Y he aquí que Satán corrió a advertir a Herodes el Grande, padre de Arquelao. (Este Herodes es quien hizo decapitar a Juan, mi amigo y mi deudo.) Y Herodes ordenó que me buscasen, pensando que mi reino era de este mundo. José, el buen viejo, fue advertido en sueños. Y se levantó, y tomó a María, mi madre, en cuyos brazos yo iba, y los acompañaba Salomé. Partió para Egipto, donde pasó un año entero, hasta que hubo cesado la cólera de Herodes. El cual murió de la peor muerte, por haber vertido la sangre de los niños inocentes, que tiránicamente mandó degollar, sin que hubiesen cometido falta alguna.
Vuelta a Nazareth
IX. Y cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvieron a la tierra de Israel y se establecieron en una ciudad de Galilea que se llama Nazareth. Y José, el viejo bendito, ejercía la profesión de carpintero. Vivía del trabajo de sus manos, como prescribe la ley de Moisés, y nunca comió gratis el pan ganado por otro.
Vejez de José
X. Y el viejo llegó a la extrema ancianidad. Mas su cuerpo no se debilitó, su vista no se alteró, sus dientes no se pudrieron, su razón no se conturbó lo más mínimo. Era como un joven vigoroso, y sus miembros estaban libres de enfermedad. Y el total de su edad fue de ciento once años.
Vida en Nazareth
XI. Justo y Simón, los hijos de José, se casaron, y fueron a habitar sus moradas. Igualmente se casaron las dos hijas y fueron a habitar sus moradas. Quedaron, en la mansión de José, Judas, el pequeño Jacobo, y mi madre María. Yo quedé con ellos, como uno de sus hijos, y cumplí lo que forma la vida, menos el pecado. Llamaba a María «mi madre» y a José «mi padre». Los obedecía sin falta en cuanto me ordenaban, como han hecho todos los nacidos. Nunca los descontenté. Nunca les repliqué, ni los contradije, sino que los amaba como a las niñas de mis ojos,
La muerte ronda de cerca a José
XII. Y se acercó el momento en que el santo viejo debía pasar de este mundo al otro, como todos los nacidos. Su cuerpo se debilitó y un ángel le advirtió que iba a entrar en el reposo eterno. Y sintió gran turbación y miedo en su alma. Y se fue a Jerusalén, y entró en el templo del Señor, y ante el santuario oró en estos términos:
Oración de José en el templo
XIII. ¡Oh Dios, padre de todo consuelo, Dios de bondad, dueño de toda carne, Dios de mi alma, de mi espíritu y de mi cuerpo, yo te imploro, oh mi Señor y mi Dios! Si mis días son cumplidos, y si mi salida de este mundo está próxima, envíame al poderoso Miguel, el jefe de tus santos ángeles, para que esté cerca de mí, hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo miserable sin pena, ni dolor, ni conmoción. Porque un lóbrego temor y un violento disgusto se abaten, en el día de la muerte, sobre todos los cuerpos, sobre hombres, mujeres, bestias de carga, bestias salvajes, reptiles o volátiles, sobre toda criatura animada de un soplo de vida que hay bajo el cielo. Y sufren pavor, miedo, angustia y fatiga en el momento en que sus almas abandonan sus cuerpos. Y ahora ¡oh mi Señor y mi Dios! esté tu ángel junto a mi alma y mi cuerpo, hasta que se separen uno de otro. No me vuelva el rostro el ángel que me custodia desde que fui creado, sino vaya conmigo por el camino hasta que yo esté cerca de vos. Séame su rostro afable y alegre, y acompáñeme en paz. No dejes que aquellos cuya faz es multiforme se aproximen a mí en los puntos que yo recorra, hasta que llegue en paz junto a ti. No dejes que quienes guardan tus puertas prohíban la entrada a mi alma. No me confundas ante tu tribunal terrible. No se acerquen a mí las bestias feroces. No se anegue mi alma en las olas del río de fuego que toda alma debe atravesar antes de percibir la divinidad de tu majestad, ¡oh Dios, justo juez, que juzgas a la humanidad con equidad y con rectitud, y que das a cada uno según sus obras! Y ahora, ¡oh mi dueño y mi Dios!, préstame tu gracia, alumbra mi camino hacia ti, fuente abundante de todo bien y de toda grandeza para la eternidad. Amén.
José cae enfermo
XIV. En seguida volvió a su casa, de la villa de Nazareth. Y cayó enfermo para morir, según es ley impuesta a todo hombre. Y fue tan oprimido por el mal, que nunca, desde que vino al mundo había estado más enfermo. He aquí la cuenta exacta de los estados de vida de José, el justo. Vivió cuarenta años antes de casarse. Su mujer estuvo bajo su protección cuarenta y nueve años, hasta que murió. Un año después de su muerte, le fue confiada mi madre, la casta María, por los sacerdotes, para que la guardase hasta el tiempo de su matrimonio. Vivió en su casa dos años, y durante el tercero, a los quince de su edad, me puso en el mundo por un misterio que ninguna criatura puede saber, no siendo yo, y mi Padre, y el Espíritu Santo, que existen en mí, en la unidad.
Postración material y moral de José
XV. El total de la vida de mi padre, el buen viejo, fue de ciento once años, según las órdenes de mi Padre. Y el día en que su alma dejó su cuerpo fue el 26 del mes de abib. El oro fino comenzó a transmutarse, y a alterarse la plata pura, quiero decir, su razón y su sabiduría. Olvidó el beber y el comer. Y se desvaneció, y le fue indiferente el conocimiento de su arte de carpintero. Cuando acababa de apuntar la aurora del día 26 del mes de abib, el alma del justo viejo José se agité, según estaba él en su lecho. Abrió la boca, gimió, golpeó sus manos y gritó a gran voz:
Imprecaciones del patriarca
XVI. ¡Malhaya el día en que vine al mundo! ¡Malhaya el vientre que me llevó! ¡Malhayan las entrañas que me concibieron! ¡Malhayan los pechos que me amamantaron! ¡Malhaya las piernas en que me apoyé! ¡Malhayan las manos que me han conducido hasta que fui mayor, porque he sido concebido en la iniquidad, y mi madre me ha deseado en el pecado! ¡Malhayan mi lengua y mis labios que han proferido la calumnia, la detracción, la mentira, el error, la impostura, el fraude, la hipocresía! ¡Malhayan mis ojos, que han visto el escándalo! ¡Malhayan mis oídos, que han gustado de oír la maledicencia! ¡Malhayan mis manos, que han tomado lo que no era legítimamente suyo! ¡Malhayan mi vientre, que ha comido lo que no era lícito comer! ¡Malhayan mi garganta, que, como el fuego, devora cuanto halla! ¡Malhayan mis pies, que han ido por caminos que no eran los de Dios! ¡Mal-hayan mi cuerpo y mi triste alma, que se han apartado del Dios que los creó! ¿Y qué haré cuando parta para el lugar en que comparecerá ante el juez justo, que me reprochará todas las obras protervas que he acumulado durante mi juventud? ¡Malhaya todo hombre que muere en el pecado! En verdad, esta hora es terrible, la misma que se abatió sobre mi padre Jacobo, cuando su alma se separé de su cuerpo, y he aquí que se abate hoy sobre mí, desgraciado yo. Pero aquel que gobierna mi alma y mi cuerpo es Dios, cuya voluntad se cumple en ellos.
Plegaria de José a Jesús
XVII. Así habló José, el piadoso anciano. Y yo fui a él y hallé su alma muy turbada y puesta en extrema angustia. Y le dije: Salud, ¡oh mi padre José, el hombre justo! ¿Cómo te encuentras? Y dijo él: Salud a ti muchas veces, ¡oh mi querido hijo! He aquí que los dolores de la muerte me han rodeado. Mas mi alma se ha apaciguado, al oír tu voz, ¡oh mi defensor Jesús! ¡Jesús, Salvador mío! ¡Jesús, refugio de mi alma! ¡Jesús, mi protector! ¡Jesús, nombre dulce a mi boca y a la boca de aquellos que lo aman! Ojo que ves y oído que oyes, atiende a tu servidor, que se humilla y llora ante ti! Tú eres mi dueño, como el ángel me ha dicho muchas veces, y sobre todo el día en que mi corazón dudaba, con malos pensamientos, de la pura y bendita virgen María, cuando ella concibió y yo pensé en repudiarla secretamente. Y cuando pensaba así, he aquí que los ángeles del Señor se me aparecieron por un misterio oculto, diciéndome: José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, no te disgustes, ni pronuncies sobre su embarazo una palabra desentonada, que ella está encinta por obra del Espíritu Santo, y pondrá en el mundo un hijo, cuyo nombre será Jesús. Y salvará a su pueblo de sus pecados. No me tengas rencor por eso, Señor, porque yo no conocía el misterio de tu nacimiento. Yo recuerdo, Señor, el día en que la serpiente mordió a aquel niño, que murió por efecto de ello. Los suyos querían entregarte a Herodes, y decían: Eres tú quien lo has matado. Y tú lo resucitaste de entre los muertos. Y yo fui, y tomé tu mano, y dije: Hijo, ten cuidado. Y tú me respondiste: ¿No eres mi padre según la carne? Ya te enseñará quién soy yo. No te irrites ahora, mi Señor y mi Dios, contra mí a causa de aquel momento. No me juzgues, pues soy tu esclavo y el hijo de tu servidor. Tú eres mi Señor y mi Dios, mi Salvador y el Hijo de Dios verdadero.
Congojas de María
XVIII. Así habló mi padre José, y no tenía fuerza para llorar. Y vi que la muerte se apoderaba de él. Mi madre, la virgen pura, se levantó, se acercó, y me dijo: ¡Hijo querido, va, pues, a morir el piadoso viejo José! Yo le dije: ¡Oh madre querida, todas las criaturas nacidas en este mundo han de morir, porque la muerte está impuesta a todo el género humano! Tú misma, virgen y madre mía, morirás, como todos. Pero tu muerte, como la de este piadoso anciano, no será muerte, sino vida perpetua para la eternidad. Yo también es preciso que muera, en este cuerpo que he tomado de ti. Mas, álzate ¡oh mi madre purísima!, y vete cerca de José, el viejo bendito, para ver lo que ocurre durante su ascensión.
Jesús consola a su madre
XIX. María, mi madre purísima, fue adonde estaba José, mientras yo me sentaba a sus pies. Lo miré, y vi que los signos de la muerte habían aparecido sobre su rostro. El anciano bendito alzó la cabeza, y me miró fijamente. No podía hablar, por los dolores de la muerte, que lo rodeaban. Pero gemía mucho. Le tuve las manos durante una hora..., mientras me miraba y me hacía señas de que no lo abandonase. Puse mi mano en su corazón, y encontré que su alma estaba próxima a su palacio, y que se preparaba a abandonar su cuerpo.
Duelo de los hijos de José
XX. Cuando mi madre, la Virgen, me vio tocar su cuerpo, le tocó ella los pies, y los halló ya muertos y sin calor. Y me dijo: ¡Oh hijo querido, he aquí que sus pies están fríos como la nieve! Y llamó a los hijos e hijas de José y les dijo: Venid todos, porque su hora ha llegado. Asia, hija de José, respondió diciendo: ¡Malhaya yo, hermanos míos! Es la enfermedad de mi madre querida. Clamó y lloró, y todos los hijos de José lloraron. Y yo y mi madre María lloramos con ellos.
Visión de muerte
XXI. Y miré hacia el mediodía y vi a la muerte, seguida del infierno, y de las milicias que lo acompañan, y de sus acólitos. Sus vestidos, sus rostros y sus bocas arrojaban llamas. Cuando mi padre José los vio avanzar hacia sí, sus ojos se humedecieron, y en este momento gimió mucho. Y, al oírlo yo suspirar tanto, rechacé a la muerte y a los servidores que la acompañaban, y clamé a mi buen Padre, diciéndole:
Oración de Jesús
XXII. ¡Oh Señor de toda clemencia, ojo que ve y oído que oye, escucha mi clamor y mi demanda por el buen anciano José, y envía a Miguel, jefe de tus ángeles, y a Gabriel, mensajero de la luz, y a todos los ejércitos de tus ángeles y a sus coros, para que acompañen hasta ti el alma de mi padre José. Es la hora en que mi padre necesita misericordia. Y yo os digo, mis discípulos, que todos los santos, y cuantos nacen en este mundo, justos o pecadores, deben por precisión pasar por el trance de la muerte.
Llegada de dos ángeles a la habitación mortuoria
XXIII. Miguel y Gabriel se llegaron al alma de mi padre José. La tomaron y la envolvieron en un hábito luminoso. Y él entregó el alma en manos de mi buen Padre, que le dio la salvación y la paz. Y ninguno de los hijos de José notó que había muerto. Los ángeles guardaron su alma contra los demonios de las tinieblas, que estaban en el camino. Y los ángeles loaron a Dios hasta que hubieron conducido a José a la mansión de los justos.
Jesús cierra los ojos al muerto
XXIV. Y su cuerpo quedó yacente y frío. Posé mi mano en sus ojos, y los cerré. Y cerré su boca, y dije a María, la Virgen: ¡Oh madre mía! ¿Y dónde está la profesión que ejerció tanto tiempo? Ha pasado como si nunca hubiese existido. Y, cuando sus hijos me oyeron hablar así con mi madre, comprendieron que José había muerto, y clamaron y sollozaron. Mas yo les dije: La muerte de nuestro padre no es muerte, sino vida eterna, porque lo ha separado de los trabajos de este mundo, y lo ha llevado al reposo que dura siempre. Y, al oír esto, sus hijos desgarraron sus vestiduras y rompieron a llorar.
Los habitantes de Galilea lloran al patriarca
XXV. Y he aquí que el pueblo de Nazareth y de Galilea oyó los gritos, y acudió, y lloró desde la hora de tercia hasta la de nona. Y a la de nona cada uno se fue a su hogar. Y llevaron el cuerpo, después de embalsamarlo con costosos perfumes. Y yo imploré a mi Padre con la plegaria de los habitantes del cielo, esa plegaria que escribí con mi mano antes de ser concebido en el seno de la Virgen, mi madre. Y, cuando hube acabado, y dicho el amén, vinieron ángeles en gran número. Y dije a dos de ellos que envolvieran en un manto luminoso el cuerpo de José, el anciano bendito.
Institución de la festividad de José
XXVI. Y le dije: La fetidez de la muerte no tendrá poder sobre ti. Ni miasmas ni gusanos saldrán jamás de tu cuerpo. Ni uno solo de tus huesos se quebrantará. Ni un cabello de tu cabeza se alterará. Nada de tu cuerpo perecerá, ¡oh mi padre José!, sino que permanecerá intacto hasta los mil años. A todo hombre que piense hacerte una oferta el día de tu conmemoración lo bendecirá, y lo indemnizaré en la congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos: Quien en tu nombre nutra con el trabajo de sus manos a los pobres, y a las viudas, y a los huérfanos, en el día de tu conmemoración, no carecerá de nada en ningún día de su vida. A quien en tu nombre dé a beber un vaso de agua o de vino a una viuda o a un huérfano, yo te lo entregaré, para que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años. Todo el que pensara en hacer una ofrenda el día de tu conmemoración, será bendito por mí, y le daré 30, 60 y 100 por uno. El que escriba tu historia, tus trabajos y tu partida de este mundo y el discurso que ha salido de mi boca, yo te lo daré en este mundo. Y, cuando su alma salga de su cuerpo, y deje este mundo, yo quemaré el libro de sus pecados, y no lo pondré en tortura el día del juicio. Y atravesará sin dolor ni fatiga el mar de fuego. Y lo que debe hacer todo hombre pobre que no pueda hacer lo que he indicado es, si le nace un hijo, que lo llame José, y no tendrá nunca en su casa muerte súbita.
Funerales de José
XXVII. Y los jefes de la población vinieron adonde estaba el cuerpo de José, el viejo bendito. Llevaban lienzos, y quIsieron amortajarlo, como es costumbre entre los judíos, pero hallaron hecho su amortajamiento, y cuando quisieron desenvolverlo, hallaron que la mortaja le estaba adherida como con hierro, y no encontraron extremos en el lienzo. Luego lo llevaron a una caverna. Y abrieron la puerta, para depositar su cuerpo junto al de sus padres. Y yo recordé el día en que partió conmigo para Egipto, y los muchos trabajos que soportó por mi causa. Y lloré sobre él largo tiempo e, inclinándome sobre su cuerpo, dije:
Misión de la muerte
XXVIII. ¡Oh muerte, que aniquilas toda inteligencia, y que siembras tantas lágrimas y tantos lamentos! ¡Es, no obstante, Dios, mi Padre, quien te ha dado ese poder! Por su transgresión, murieron Adán y Eva. Y la muerte no ha sido suprimida o eludida por nadie. Y, sin embargo, no hace nada sin la orden del Padre. Hombres hubo que vivieron novecientos años y murieron. Otros vivieron más, y murieron. Ni uno solo de ellos ha dicho: Yo no he gustado la muerte. Porque el Señor no prepara a cada instante el castigo de cada uno, sino una vez solamente. En esta hora, mi Padre la envía hacia el hombre. Y, cuando se le acerca, considera la orden que le viene del cielo, diciendo: La he acometido con ímpetu, y su alma será pronto arrastrada. Y se apodera de esa alma y hace lo que quiere de ella. Y porque Adán transgredió el mandato de mi Padre, mi Padre se irritó contra él, y lo condenó a muerte, y la muerte entró en el mundo. Si Adán hubiese obedecido a mi Padre, la muerte no hubiera nunca sido su destino. ¿Pensáis que no hubiera yo podido pedir a mi Padre, y que él no me enviaría un carro de fuego que llevase el cuerpo de mi padre José al lugar de reposo, donde habitaría con los seres espirituales? Mas, por la transgresión de Adán, el trabajo y el dolor de la muerte han sido decretados contra todo el género humano. Y por esta razón, preciso es que también yo muera corporalmente, para que esos seres creados por mí alcancen misericordia.
Adiós de Jesús a José
XXIX. Cuando hube dicho esto, abracé el cuerpo de mi padre José, y lloré sobre él. Y abrieron la puerta del sepulcro y depositaron su cuerpo junto al de su padre, Jacobo. Y entró en el reposo cuando acababa de cumplir su año ciento once. Ni un solo diente de su boca había sufrido, su mirada no se alteró, su talle no se encorvó, su fuerza no amenguó, sino que practicó su oficio hasta el día de su muerte, que fue el 26 de abib.
Duda de los apóstoles
XXX. Y nosotros, los apóstoles, después de haber oído a nuestro Salvador, nos regocijamos, y lo adoramos, diciendo: ¡Oh Salvador nuestro, concédenos tu gracia! Acabamos de oír la palabra de vida, pero nos sorprende que, habiéndose dado a Enoch y a Elías el don de no morir, y de habitar hasta ahora en la mansión de los justos, sin que sus cuerpos sufran corrupción, al anciano José, el carpintero, tu padre carnal, de quien nos has dicho que refiramos su tránsito al otro mundo, cuando prediquemos el Evangelio a los pueblos; que le dediquemos cada año un día de fiesta santificada; que incurriremos en falta, si ponemos o quitamos la menor tilde a tu narración; y que, el día de tu nacimiento en Bethlehem, te llamó hijo suyo: nos sorprende, repetimos, que a tan sublime varón no lo hayas hecho inmortal como a aquellos otros dos, afirmando, como afirmas, que era un justo y un elegido, al mismo tenor que ellos.
Ley universal de la muerte
XXXI. Mas nuestro Señor repuso: La profecía de mi Padre se cumplió en Adán por su desobediencia. Y la voluntad de mi Padre se realiza en cuanto le place. Ahora bien: cuando el hombre desatiende el mandato de Dios y sigue las obras de Satanás, cometiendo pecado, si su vida se prolonga, es con la esperanza de que se arrepienta, y aprenda que debe caer en las garras de la muerte. Y, si se prolonga la vida de un hombre bueno, los hechos de su vejez se hacen notorios y los demás hombres buenos los imitan. Si veis un hombre irascible, sabed que sus días serán abreviados. Con relación a aquellos que son llevados en lo mejor de sus días, todas las profecías de mi Padre dominan a los hijos de los hombres hasta que se cumplen puntualmente. Y, en lo que concierne a Enoch y a Elías, como viven hasta ahora en el cuerpo en que nacieron, y como, por otra parte, mi padre José no ha quedado como ellos conservando cuerpo, yo os contesto que el hombre, aunque viva miríadas de años, debe morir. Y yo os digo, hermanos míos, que aquéllos, al fin de los tiempos, al llegar el día de la conmoción, la turbación y la angustia, vendrán al mundo y morirán. Porque el Anticristo matará a los cuatro hombres y verterá su sangre como un vaso de agua, a causa de la vergüenza que le causaron, cubriéndolos públicamente de confusión.
Anuncio de los tiempos últimos
XXXII. Y dijimos: ¡Oh Señor, nuestro Salvador y nuestro Dios! ¿Y quiénes son esos cuatro que habéis dicho que el Anticristo matará por sus reproches? Y dijo el Salvador: Son Enoch, Elías, Sila y Tabitha. Y, cuando hubimos oído este discurso del Salvador, nos regocijamos, nos exaltamos, y dirigimos todas nuestras alabanzas y todas nuestras acciones de gracias a nuestro Señor, a nuestro Dios y a nuestro Salvador Jesucristo, aquel a quien convienen la gloria, el honor, la dominación, la potencia y la alabanza, y con él a su Padre supremamente bueno y al Espíritu Santo vivificador, ahora y en todos los tiempos y por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
terça-feira, 21 de junho de 2011
segunda-feira, 13 de junho de 2011
EVANGELIO ARABE DE LA INFANCIA DE JESÚS
EVANGELIO ARABE DE LA INFANCIA DE JESÚS
Este es un evangelio apócrifo que circuló en los siglos siguientes la edad apostólica. Textos apócrifos que también se encuentra en el Corán islámico, mostrando la influencia que este libro ha tenido en los pueblos árabes, y también en la iglesia copta de Egipto. Este libro cuenta la historia de los milagros de Jesús en su nacimiento, a continuación, durante la huida a Egipto y la tercera parte, se refiere a los milagros de Jesús como un niño.
En el libro hay partes que se han agregado en el período de la iglesia pagana, cuando los cristianos católicos han venerado a María como Virgen Santa. En el libro que leemos acerca de personas que mueren condenados por Jesús, sino también mucha gente siendo sanada y liberada de los demonios.
Los demonios conocen a Jesús, mostróconocer de su preexistencia. Se habla también de la divinidad de Jesús. El libro debe ser aceptado con reservas. Algunas historias deben ser verdaderas y que fueron transmitidas por la tradición y más tarde se unió a las fábulas y los conceptos ya establecidos dentro de la iglesia. (Comentario escribano Valdemir Mota de Menezes)
EL EVANGELIO ÁRABE DE LA INFANCIA
Palabras pronunciadas por Jesús en la cuna
I 1. Hemos encontrado estas palabras en el libro de Josefo, el Gran Sacerdote que existía en tiempo del Cristo, y que algunos han dicho que era Caifás.
2. El cual afirma que Jesús habló, estando en la cuna, y que dijo a su madre: Yo soy el Verbo, hijo de Dios, que tú has parido, como te lo había anunciado el ángel Gabriel, y mi Padre me ha enviado para salvar al mundo.
Viaje de María y de José a Bethlehem
II 1. El año 309 de Alejandro, ordenó Augusto que cada individuo fuese empadronado en su país. Y José se aprestó a ello, y, llevando consigo a María, su esposa, partió para Bethlehem, su aldea natal.
2. Y, mientras caminaban, José advirtió que el semblante de su esposa se ensombrecía por momentos, y que por momentos se iluminaba. E, intrigado, tomó la palabra, y preguntó: ¿Qué tienes, María? Y ella respondió: Veo, oh José, alternar dos espectáculos sorprendentes. Veo al pueblo de Israel, que llora y se lamenta, y que, estando en la luz, semeja a un ciego, que no percibe el sol. Y veo al pueblo de los incircuncisos, que habitan en las tinieblas, y que una nueva claridad se levanta para ellos y sobre ellos, y que ellos se regocijan llenos de alegría, como el ciego cuyos ojos se abren para ver la luz.
3. Y José llegó a Bethlehem para instalarse en su aldea natal, con toda su familia. Y, cuando llegaron a una gruta próxima a Bethlehem, María dijo a José: He aquí que el tiempo de mi alumbramiento ha llegado, y que me es imposible ir hasta la aldea. Entremos, pues, en esta gruta. Y, en aquel momento, el sol se ponía. Y José partió de allí presuroso para traer a María una mujer que la asistiese. Y halló por acaso a una anciana de raza hebraica y originaria de Jerusalén, a quien dijo: Ven aquí, bendita mujer, y entra en esta gruta, donde hay una joven que está a punto de parir.
La partera de Jerusalén
III 1. Y la anciana, acompañada de José, llegó a la caverna, cuando el sol se había puesto ya. Y penetraron en la caverna, y vieron que todo faltaba allí, pero que el recinto estaba alumbrado por luces más bellas que las de todos los candelabros y las de todas las lámparas, y más intensas que la claridad del sol. Y el niño, a quien María había envuelto en pañales, mamaba la leche de su madre. Y, cuando ésta acabó de darle le pecho, lo depositó en el pesebre que en la caverna había.
2. Y la anciana dijo a Santa María: ¿Eres la madre de este recién nacido? Y Santa María dijo: Sí. Y la anciana dijo: No te pareces a (las demás) hijas de Eva. Y Santa María dijo: Como mi hijo es incomparable entre los niños, así su madre es incomparable entre las mujeres... Y la anciana respondió en estos términos: Oh, señora, yo vine sin segunda intención, para obtener una recompensa. Nuestra Señora Santa María le dijo: Pon tu mano sobre el niño. Y ella la puso, y al punto quedó curada. Y salió diciendo: Seré la esclava y la sierva de este niño durante todos los días de mi vida.
Adoración de los pastores
IV 1. Y, en aquel momento, llegaron unos pastores, y encendieron una gran hoguera, y se entregaron a ruidosas manifestaciones de alegría. Y aparecieron unas legiones angélicas, que empezaron a alabar a Dios. Y los pastores también lo glorificaron.
2. Y, en aquel momento, la gruta parecía un templo sublime, porque las voces celestes y terrestres a coro celebraban y magnificaban el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Cuanto a la anciana israelita, al ver tamaños milagros, dio gracias a Dios, diciendo: Yo te agradezco, oh Dios de Israel, que mis ojos hayan visto el nacimiento del Salvador del mundo.
Circuncisión
V 1. Y, cuando fueron cumplidos los días de la circuncisión, es decir, al octavo día, la ley obligaba c circuncidar al niño. Se lo circuncidó en la caverna, y la anciana israelita tomó el trozo de piel (otros dicen que tomó el cordón umbilical), y lo puso en una redomita de aceite de nardo viejo. Y tenía un hijo perfumista, a quien se la entregó, diciéndole: Guárdate de vender esta redomita de nardo perfumado, aunque te ofrecieran trescientos denarios por ella. Y aquella redomita fue la que María la pecadora compró y con cuyo nardo espique ungió la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo y sus pies, que enjugó en seguida con los cabellos de su propia cabeza.
2. Y, habiendo transcurrido diez días, llevaron al niño a Jerusalén. Y, cuarenta días después de su nacimiento, un sábado, lo condujeron al templo a presencia del Señor, y ofrecieron, para rescatarlo, los sacrificios previstos por la ley de Moisés, a quien Dios dijo: Todo primogénito varón me será consagrado.
Presentación de Jesús en el templo
VI 1. Y, cuando María franqueó la puerta del atrio del templo, el viejo Simeón vio, con ojos del Espíritu Santo, que aquella mujer parecía una columna de luz, y que llevaba en brazos un niño prodigioso. Y, semejantes a la guardia de honor que rodea a un rey, los ángeles rodearon en círculo al niño, y lo glorificaron. Y Simeón se dirigió, presuroso, hacia Santa María, y, extendiendo los brazos hacia ella, le dijo: Dame el niño. Y tomándolo en sus brazos, exclamó: Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz, conforme a tu palabra. Porque mis ojos han visto la obra de tu clemencia, que has preparado para la salvación de todas las razas, para servir de luz a todas las naciones, y para la gloria de tu pueblo, Israel.
2. Y Ana la profetisa fue testigo de este espectáculo, y se acercó para dar gracias a Dios, y para proclamar bienaventurada a Santa María.
Llegada de los magos
VII 1. Y la noche misma en que el Señor Jesús nació en Bethlehem de Judea, en la época del rey Herodes, un ángel guardián fue enviado a Persia. Y apareció a las gentes del país bajo la forma de una estrella muy brillante, que iluminaba toda la tierra de los persas. Y, como el 25 del primer kanun (fiesta de la Natividad del Cristo) había gran fiesta entre todos los persas, adoradores del fuego y de las estrellas, todos los magos, en pomposo aparato, celebraban magníficamente su solemnidad, cuando de súbito una luz vivísima brilló sobre sus cabezas. Y, dejando sus reyes, sus festines, todas sus diversiones y abandonando sus moradas, salieron a gozar del espectáculo insólito. Y vieron que una estrella ardiente se había levantado sobre Persia, y que, por su claridad, se parecía a un gran sol. Y los reyes dijeron a los sacerdotes en su lengua: ¿Qué es este signo que observamos? Y, como por adivinación, contestaron, sin quererlo: Ha nacido el rey de los reyes, el dios de los dioses, la luz emanada de la luz. Y he aquí que uno de los dioses ha venido a anunciarnos su nacimiento, para que vayamos a ofrecerle presentes, y a adorarlo. Ante cuya revelación, todos, jefes, magistrados, capitanes, se levantaron, y preguntaron a sus sacerdotes: ¿Qué presentes conviene que le llevemos? Y los sacerdotes contestaron: Oro, incienso y mirra. Entonces tres reyes, hijos de los reyes de Persia, tomaron, como por una disposición misteriosa, uno tres libras de oro, otro tres libras de incienso y el tercero tres libras de mirra. Y se revistieron de sus ornamentos preciosos, poniéndose la tiara en la cabeza, y portando su tesoro en las manos. Y, al primer canto del gallo, abandonaron su país, con nueve hombres que los acompañaban, y se pusieron en marcha, guiados por la estrella que les había aparecido. Y el ángel que había arrebatado de Jerusalén al profeta Habacuc, y que había suministrado alimento a Daniel, recluido en la cueva de los leones, en Babilonia, aquel mismo ángel, por la virtud del Espíritu Santo, condujo a los reyes de Persia a Jerusalén, según que Zoroastro lo había predicho. Partidos de Persia al primer canto del gallo, llegaron a Jerusalén al rayar el día, e interrogaron a las gentes de la ciudad, diciendo: ¿Dónde ha nacido el rey que venimos a visitar? Y, a esta pregunta, los habitantes de Jerusalén se agitaron, temerosos, y respondieron que el rey de Judea era Herodes.
2. Sabedor del caso, Herodes mandé a buscar a los reyes de Persia, y, habiéndolos hecho comparecer ante él, les preguntó: ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? Y ellos respondieron: Somos hijos de los reyes de Persia, venimos de nuestra nación, y buscamos al rey que ha nacido en Judea, en el país de Jerusalén. Uno de los dioses nos ha informado del nacimiento de ese rey, para que acudiésemos a presentarle nuestras ofrendas y nuestra adoración. Y se apoderó el miedo de Herodes y de su corte, al ver a aquellos hijos de los reyes de Persia, con la tiara en la cabeza y con su tesoro en las manos, en busca del rey nacido en Judea. Muy particularmente se alarmó Herodes, porque los persas no reconocían su autoridad. Y se dijo: El que, al nacer, ha sometido a los persas a la ley del tributo, con mayor razón nos someterá a nosotros. Y, dirigiéndose a los reyes, expuso: Grande es, sin duda, el poder del rey que os ha obligado a llegar hasta aquí a rendirle homenaje. En verdad, es un rey, el rey de los reyes. Id, enteraos de dónde se halla, y, cuando lo hayáis encontrado, venid a hacérmelo saber, para que yo también vaya a adorarlo. Pero Herodes, habiendo formado en su corazón el perverso designio de matar al niño, todavía de poca edad, y a los reyes con él, se dijo: Después de eso, me quedará sometida toda la creación.
3. Y los magos abandonaron la audiencia de Herodes, y vieron la estrella, que iba delante de ellos, y que se detuvo por encima de la caverna en que naciera el niño Jesús. En seguida cambiando de forma, la estrella se torné semejante a una columna de fuego y de luz, que iba de la tierra al cielo. Y penetraron en la caverna, donde encontraron a María, a José y al niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Y, ofreciéndole sus presentes, lo adoraron. Luego saludaron a sus padres, los cuales estaban estupefactos, contemplando a aquellos tres hijos de reyes, con la tiara en la cabeza y arrodillados en adoración ante el recién nacido, sin plantear ninguna cuestión a su respecto. Y María y José les preguntaron: ¿De dónde sois? Y ellos les contestaron: Somos de Persia. Y María y José insistieron: ¿Cuándo habéis salido de allí? Y ellos dijeron:
Ayer tarde había fiesta en nuestra nación. Y, después del festín, uno de nuestros dioses nos advirtió: Levantaos, e id a presentar vuestras ofrendas al rey que ha nacido en Judea. Y, partidos de Persia al primer canto del gallo, hemos llegado hoy a vosotros, a la hora tercera del día.
4. Y María, agarrando uno de los pañales de Jesús, se lo dio a manera de elogio. Y ellos lo recibieron de sus manos de muy buen grado, aceptándolo, con fe, como un presente valiosísimo. Y, cuando llegó la noche del quinto día de la semana posterior a la natividad, el ángel que les había servido antes de guía, se les presenté de nuevo bajo forma de estrella. Y lo siguieron, conducidos por su luz, hasta su llegada a su país.
Vuelta de los magos a su tierra
VIII 1. Los magos llegaron a su país a la hora de comer. Y Persia entera se regocijó, y se maravilló de su vuelta.
2. Y, al crepúsculo matutino del día siguiente, los reyes y los jefes se reunieron alrededor de los magos, y les dijeron: ¿Cómo os ha ido en vuestro viaje y en vuestro retorno? ¿Qué habéis visto, qué habéis hecho, qué nuevas nos traéis? ¿Y a quién habéis rendido homenaje? Y ellos les mostraron el pañal que les había dado María. A cuyo propósito celebraron una fiesta, a uso de los magos, encendiendo un gran fuego, y adorándolo. Y arrojaron a él el pañal, que se tomé en apariencia fuego. Pero, cuando éste se hubo extinguido, sacaron de él el pañal, y vieron que se conservaba intacto, blanco como la nieve y más sólido que antes, como si el fuego no lo hubiera tocado. Y, tomándolo, lo miraron bien, lo besaron, y dijeron: He aquí un gran prodigio, sin duda alguna. Este pañal es el vestido del dios de los dioses, puesto que el fuego de los dioses no ha podido consumirlo, ni deteriorarlo siquiera. Y lo guardaron preciosamente consigo, con fe ardiente y con veneración profunda.
Cólera de Herodes. La huida a Egipto
IX 1. Cuando Herodes vio que había sido burlado por los magos, y que éstos no volvían, convocó a los sacerdotes y a los sabios, y les pregunté: ¿Dónde nacerá el Mesías? Ellos le respondieron: En Bethlehem de Judá. Y él se puso a pensar en el medio de matar a Nuestro Señor Jesucristo.
2. Entonces el ángel de Dios apareció en sueños a José, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y parte para la tierra de Egipto. Se levantó, pues, al canto del gallo, y se puso en camino.
Llegada de la Sagrada Familia a Egipto.
Caída de los ídolos
X 1. Y, mientras pensaba entre sí cómo realizaría su viaje, sobrevino la aurora, y se encontró haber recorrido la mitad del camino. Y, al despuntar el día, estaba próximo a una gran aldea, donde, entre los demás ídolos y divinidades de los egipcios, había un ídolo en el cual residía un espíritu rebelde, y los egipcios le hacían sacrificios, le presentaban ofrendas, y le consagraban libaciones. Y había también un sacerdote, que habitaba cerca del ídolo, para servirlo, y a quien el demonio hablaba desde dentro de la estatua. Y, cada vez que los egipcios querían interrogar a sus dioses por ministerio de aquel ídolo, se dirigían al sacerdote., quien daba la respuesta, y transmitía el oráculo divino al pueblo de Egipto y a sus diferentes provincias. Este sacerdote tenía un bijo de treinta años, que estaba poseido por varios demonios, y que peroraba sobre todo género de cosas. Cuando los demonios se apoderaban de él, rasgaba sus vestiduras, se mostraba desnudo a todos, y acometía a la gente a pedradas. Y, en la aldea, había un asilo, puesto bajo la advocación de dicho ídolo.
2. Y, cuando Santa María y José llegaron a la aldea, y se acercaron al asilo, se apoderó de los habitantes del país un terror extremo. Y se produjo un temblor en el asilo y una sacudida en toda la tierra de Egipto, y todos los ídolos cayeron de sus pedestales, y se rompieron. Todos los grandes de Egipto y todos los sacerdotes de los ídolos se congregaron junto al sacerdote del ídolo en cuestión, y le preguntaron: ¿Qué significan este trastorno y este terremoto que se han producido en nuestro país? Y el sacerdote les respondió, diciendo: Presente está aquí un dios invisible y misterioso, que posee, oculto en él, un hijo semejante a sí mismo, y el paso de este hijo ha estremecido nuestro suelo. A su llegada, la tierra ha temblado ante su poder y ante el aparato terrible de su majestad gloriosa. Temamos, pues, en extremo, la violencia de u ataque. En este momento, el ídolo de la aldea se abatió también al suelo, hecho añicos, y su desplome hizo reunirse a todos los egipcios cerca del célebre sacerdote, el cual les dijo: Debemos adoptar el culto de este dios invisible y misterioso. Él es el Dios verdadero, y no hay otro a quien servir, porque es realmente el hijo del Altísimo.
Curación del hijo del sacerdote idólatra
XI 1. Y el hijo del sacerdote fue acometido de su accidente habitual. Y entró en el asilo en que Santa María y José se encontraban, y a quienes todo el mundo había abandonado, huyendo. Y nuestra Señora Santa María acababa de lavar los pañales de Nuestro Señor Jesucristo, y los había puesto sobre la pared del muro. Y el joven poseído sobrevino, y agarró uno de los pañales, y lo puso sobre su cabeza. Y, en el mismo instante, los demonios, bajo forma de cuervos y de serpientes, comenzaron a salir y a escapar de su boca. Y el poseído quedó curado por orden de Nuestro Señor Jesucristo. Y empezó a alabar y a dar gracias a Dios, que le había devuelto la salud.
2. Y, como su padre lo hubo encontrado libre de su enfermedad, le pregunté: ¿Qué te ha ocurrido, hijo mío, y cómo es que has sanado? Y él le contestó: Cuando el demonio se apoderé por enésima vez de mi persona, fui al asilo. Y allí encontré a una noble mujer, con un niño. Acababa ésta de lavar los pañales de su hijo, y de depositarlos en la pared del muro. Tomé uno de ellos, lo puse sobre mi cabeza, y los demonios me abandonaron, y huyeron despavoridos. Y su padre, transportado de júbilo, le advirtió: Hijo mío, es posible que ese pequeñuelo sea el hijo del Dios vivo, que ha creado los cielos y la tierra. Porque, en el momento en que ese hijo de Dios se introdujo en Egipto, todas nuestras divinidades han sido desplomadas y aniquiladas por la fuerza de su poder.
Temores de María y de José
XII 1. Y se cumplió la profecía que decía: De Egipto llamé a mi hijo.
2. Y, como María y José supiesen la caída y el aniquilamiento del ídolo, fueron presa de temor y de espanto, y se dijeron: Cuando estábamos en tierra de Israel, Herodes proyectaba matar a Jesús, y, por su causa, mató a todos los niños pequeños de Bethlehem y de sus alrededores. No hay duda sino que los egipcios, al enterarse de por qué accidente se rompió ese ídolo, nos entregarán a las llamas.
3. Y, en efecto, el rumor llegó hasta el Faraón, el cual mandó buscar al niño, pero no lo encontró. Y ordenó que todos los habitantes de su ciudad, cada uno de por sí, se pusiesen en campaña para proceder a la búsqueda, hallazgo y captura del niño. Y, cuando Nuestro Señor se acercó a la puerta de la ciudad, dos autómatas, que estaban fijados a cada lado de la puerta, se pusieron a gritar: ¡He aquí el rey de los reyes, el hijo del Dios invisible y misterioso! Y el Faraón procuró matarlo. Pero Lázaro salió fiador por él, y María y José se escaparon, y partieron de allí.
Liberación de viajeros capturados por bandidos
XIII 1. Y, después que de allí partieron, llegaron a un paraje, donde se hallaban unos bandidos, que habían robado a una caravana de viajeros, los habían despojado de sus vestiduras, y los habían atado. Y aquellos bandidos oyeron un tumulto inmenso, semejante al causado por un rey poderoso, que saliese de su capital, acompañado de caballeros, de soldados, de tambores y de clarines. Y los bandidos, acometidos de miedo y de pavor, abandonaron todo aquello de que se habían apoderado.
2. Entonces los secuestrados se levantaron, se desataron mutuamente las ligaduras, recobraron su caudal, y se marcharon. Y, viendo aproximarse a María y a José, les dijeron: ¿Dónde está el rey y señor, cuyo tren brillante y tumultuoso oyeron acercarse los bandidos, y a consecuencia de lo cual nos abandonaron, y nos dejaron libres? Y José repuso: El va a llegar sobre nuestros pasos.
Curación de una poseída
XIV 1. Y alcanzaron otra aldea, donde había una pobre mujer poseída, la cual, habiendo salido de su casa por la noche en busca de agua, vio al Maligno bajo la figura de un joven. Y puso la mano sobre él, para agarrarlo, no pudo ni aun tocarlo. Y el rebelde maldito había entrado en el cuerpo de la mujer, estableciéndose así, y manteniéndola en el estado de naturaleza, como en el día de su nacimiento.
2. Y la poseída no podía soportar sobre sí vestido alguno, ni residir en los lugares habitados. Cuantas veces se la sujetaba con cadenas o con trabas, otras tantas las rompía, y se escapaba desnuda al desierto. Y se colocaba en las encrucijadas de los caminos y en las tumbas, y tiraba piedras sobre cuantos pasaban, causando mucho enojo a las gentes de la localidad, las cuales deseaban su muerte, y su familia estaba también muy afligida.
3. Cuando María y José entraron en aquella aldea, vieron a la infeliz, sentada, desnuda y ocupada en reunir piedras. Y María tuvo piedad de su estado, y, tomando uno de los pañales de Jesús, lo echó sobre ella. Y, en el mismo instante, el demonio la abandonó precipitadamente bajo la figura de un joven, maldiciendo y gritando: ¡Malhaya yo, a causa tuya, María, y de tu hijo! Y aquella mujer quedó libre de su azote. Vuelta en sí, confusa de su desnudez, y evitando las gentes, se cubrió con el pañal de Jesús, corrió a su casa, se vistió, e hizo a los suyos un relato detallado del hecho. Y los suyos, que eran los personajes más importantes de la aldea, dieron hospitalidad a María y a José, con magnificencia generosa.
Curación de una joven muda
XV 1. Al día siguiente, María y José se despidieron de sus huéspedes, bien provistos por éstos de vituallas para el camino. Y, por la tarde de aquel día, al ponerse el sol, entraron en otra aldea, donde se celebraban unas nupcias. Y vieron una multitud de gentes reunidas, y, en medio de ellas, una desposada herida de mutismo por la astucia del demonio y la acción de encantadores perversos. Paralizados sus oídos y su lengua, la desposada no habla vuelto a recobrar el uso de la palabra.
2. Cuando María entró en la aldea, llevando en sus brazos a su hijo, la joven muda, que la vio, tomó a Jesús, lo besó, y lo apretó contra su pecho. Y un efluvio del cuerpo del niño se exhaló sobre ella, cuyos oídos se abrieron, y cuya lengua se movió, para agradecer a Dios, con alabanzas, la recuperación de su salud. Y aquella noche hubo gran alegría entre los habitantes de la aldea, que creyeron que Dios y sus ángeles hablan descendido hasta ellos.
Curación de otra poseída
XVI 1. Tres días permanecieron alli María y José, rodeados de honores y suntuosamente tratados por los novios y por las familias de éstos. Y se separaron de sus huéspedes, bien provistos por ellos de cosas útiles para el viaje, y llegaron a otra aldea, donde contaban pasar la noche, por hallarse poblada por numerosos y distinguidos habitantes. En aquella aldea, vivía una mujer de fama muy honrosa. Un día, había ido al río a lavar sus vestidos. Y, en tanto que hacía su colada, vio que no comparecía nadie por los alrededores, se despojó de su traje, y empezó a bañarse. Y el Maligno, bajo forma de serpiente, la asaltó, enlazó su cintura, se enroscó alrededor de su vientre, y todos los días, a la caída de la noche, se extendía sobre ella.
2. Cuando María se le acercó, al ver el niño que ésta llevaba en sus brazos, corrió a su encuentro, y le dijo: Oh, señora, dame a este niño, para que lo alce, y lo abrace. María se lo dio. Y, tan pronto el niño estuvo en sus brazos, el demonio respiré los espíritus de Jesús, y, bajo las miradas de todos, la serpiente huyó, y la poseía no la vio más. Y todos los asistentes alabaron al Altísimo, y aquella mujer trató espléndidamente a María y a José.
Curación de una leprosa
XVII 1. Cuando la mañana vino, la mujer vertió agua perfumada, para bañar en ella al niño Jesús. Y, después de haberlo lavado, conservé el agua del baño. Y había allí una joven, cuyo cuerpo estaba blanco de lepra. Y, como hubiese sido testigo de la curación de aquella mujer, quiso, con fe, tomar el agua que había servido para lavar a Jesús. Y, vertiendo sobre su cuerpo un poco de aquela agua, quedó purificada de su lepra. Y todos los habitantes de la aldea exclamaron: Indudablemente, María, José y el niño son dioses, y no hombres.
2. Y, en el momento en que María y José se disponían a abandonar la casa, la joven que había sido leprosa, se arrodilló ante ellos, y les dijo: Os mego, padres y señores míos, que me otorguéis ser vuestra hija y vuestra sierva, y acompañaros, porque no tengo padre, ni madre.
Curación de un niño leproso
XVIII 1. Y ellos consintieron, y la joven partió en su compañía. Y llegaron a una aldea, en cuyos contérminos estaba enclavado un castillo perteneciente a un jefe ilustre, y que tenía un pabellón exterior, destinado a recibir a los huéspedes. En él entraron María y José, y la joven pasó a ver a la esposa del señor. Y, como la encontrase lacrimosa y entristecida, le preguntó: ¿Por qué lloras? Y ella repuso: No te extrañen mis lágrimas, porque sufro un gran dolor, que a nadie puedo revelar. Mas la joven le dijo: Si me lo indicas, y me lo descubres, quizá le encuentre yo un remedio.
2. La mujer del jefe le dijo: Guarda bien este secreto, y no lo manifiestes a nadie. Estoy casada con este jefe, cuyo poder se extiende sobre un vasto territorio. Con él he vivido mucho tiempo, sin darle hijos, y, cuando, al fin, tuve uno, éste nació leproso. Y, así que él lo vio, se negó a reconocerlo, y me dijo: O lo matas, o lo entregas a una nodriza de un país lejano, para que nunca más sepa de él. Donde no, rompo toda relación contigo, y en la vida volveré a verte. No sé qué partido tomar, y mi disgusto es infinito. ¡Ah, hijo mío! ¡Ah, esposo mío! Mas la joven repuso: He encontrado a tu mal un remedio, que voy a exponerte. Porque yo también soy leprosa, y me vi purificada por Dios, que no es otro que Jesús, el hijo de Maria. La mujer le dijo: ¿Dónde está ese Dios, de que acabas de hablarme? La joven dijo: Está aquí, en tu casa. Ella dijo: ¿Cómo? ¿Aquí se encuentra? La joven dijo: Aquí se hallan María y su esposo José, y ese niño que viaja con ellos, es el que se llama Jesús, y el que me ha curado de mi mal y de mi tormento. La otra le dijo: ¿Puedo saber cómo te ha curado de tu lepra? Ella le dijo: Con mucho gusto te complaceré. La madre del niño me dio el agua que había servido para bañarlo, agua que eché sobre mi cuerpo, y que purificó mi lepra.
3. Entonces la esposa del jefe se levantó, y rogó a María y a José, con todo encarecimiento, que fuesen huéspedes suyos. E invitó a José a un gran festín, al cual fueron convidados buen golpe de hombres. Y, al día siguiente, a punto de amanecer, se levantó, y tomó agua perfumada, para bañar en ella a Jesús. Y, tomando a su hijo, lo bañó en el agua que acababa de emplear, e, instantáneamente, el niño quedó purificado de su lepra. Y ella glorificó a Dios, diciéndole: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús! ¿Cómo, con el agua en que te has bañado, purificas de la lepra a los hombres, que son de la misma raza que tú? E hizo a María presentes magníficos, y la despidió con los mayores honores.
El joven esposo librado de un sortilegio
XIX 1. De allí se dirigieron a otra aldea, en la que quisieron pasar la noche. Y entraron en el hogar de un recién casado, a quien un maleficio tenía alejado de su esposa. Y, apenas se hubieron albergado en la casa aquella noche, cesó el maleficio.
2. Y, llegada la mañana, decidieron partir. Pero el recién casado los detuvo, y les ofreció un festín espléndido.
El joven convertido en mulo
XX 1. Al día siguiente, se pusieron en camino. Y, al acercarse a otra aldea, vieron a tres mujeres que volvían a pie del cementerio, llorando. Y María dijo a la joven que los acompañaba: Pregúntales qué les ha ocurrido, y qué mal aflige su alma. La joven les transmitió la pregunta, y ellas, sin responderle, dijeron: ¿De dónde sois, y adónde vais? Porque el día ha transcurrido, y la noche ha llegado. La joven repuso: Somos viajeros, y buscamos un asilo donde pasar la noche. Y las mujeres le dijeron: Venid con nosotras, y pasaréis la noche en nuestra casa.
2. Y, habiéndolas acompañado, vieron que poseían una casa nueva, bien adornada y ricamente amueblada, en la cual los introdujeron. Y era invierno, y entonces la joven entró también, y vio a las mujeres gimiendo y llorando. Cerca de ellas había un mulo abierto de una funda de brocado, y ante el que se había colocado sésamo. Y lo abrazaron, y le dieron de comer. La joven les preguntó: Mis señoras, ¿qué hace aquí este mulo?. Y ellas, deshechas en lágrimas, le respondieron: Este mulo que ves ha sido nuestro hermano, hijo de nuestra madre, que está presente. Nuestro padre nos ha dejado una gran fortuna. No teníamos más hermano que éste, y pensábamos encontrarle una mujer, y casarlo según las leyes de la humanidad. Empero algunas perversas mujeres dadas a la hechiceda, lanzaron sobre él un sortilegio.
3. Y ello ocurrió una noche, poco antes de amanecer, mientras dormíamos, y mientras las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa estaban cerradas. Cuando la mañana vino, miramos y reconocimos que nuestro hermano no estaba cerca de nosotras. Se había metamorfoseado en este mulo, que sabemos es él. Y, como no tenemos ya padre que nos consuele en tan acerbo disgusto, nos hallamos en la aflicción de que eres testigo. No hay sabio, mago o encantador, que no hayamos consultado. Pero esto de nada nos ha servido. Y, cuantas veces el corazón nos oprime con más fuerza que otras, vamos con nuestra madre a florar sobre la tumba de nuestro padre, y después volvemos.
El mulo transformado en hombre
XXI 1. Al oír el relato de aquellas mujeres, la joven les dijo: Consolaos, y no lloréis. El remedio a vuestro mal está próximo, puesto que está bien cerca de vuestra misma casa. Porque yo misma en persona he sido leprosa. Pero, habiendo visto a una mujer llamada María con su pequeñuelo, llamado Jesús, un día que su madre acababa de bañarlo, tomé agua de su baño, la derramé sobre mi cuerpo, y quedé curada. Sé, por consiguiente, que posee el poder de remediar vuestro mal. Levantaos, pues, id al encuentro de Nuestra Señora Santa María, traedla a vuestra casa, descubridle vuestro secreto, y suplicadle que tenga piedad de vosotras.
2. Cuando las mujeres hubieron escuchado el discurso de la joven, salieron presurosas al encuentro de Nuestra Señora Santa María, la llevaron a su casa, y, arrodilladas en su presencia, le dijeron, llorando: ¡Oh Nuestra Señora Santa María, compadécete de tus siervas! No tenemos ningún pariente de edad, ni jefe de familia, ni padre, ni hermano, que nos proteja. Este mulo que ves, es nuestro hermano, y no un animal. Malvadas brujas lo han reducido con sus maleficios al estado en que hoy se encuentra. Te rogamos que tengas compasión de nosotras. Y Nuestra Señora Santa María, conmovida ante su desgracia, tomó a Jesús, y lo puso sobre el lomo del mulo. Ella lloraba, y las mujeres también. Y María dijo: Jesús, hijo mío, haz que la poderosa virtud oculta en ti obre sobre este mulo, y le devuelva la naturaleza humana que tenía otrora.
3. Y, en el mismo instante, el mulo cambió de forma, recobró su figura prístina, y se convirtió en el joven exento de toda enfermedad, que antes era. Entonces él, su madre y sus hermanas, se prosternaron ante María, pusieron el niño sobre sus cabezas, y lo abrazaron, diciendo: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús, salvador del mundo! ¡Bienaventurados los ojos que han alcanzado el favor de mirarte!
Unión de dos jóvenes curados por Jesús
XXII 1. Y las dos hermanas dijeron a su madre: He aquí que nuestro hermano ha vuelto al estado normal, por el socorro de Jesús, y gracias a esta joven que nos ha hecho conocer a María y a su hijo. Ahora bien: nuestro hermano no está casado, y el mejor partido que podemos tomar con él es unirlo a esta joven, que está al servicio de esta familia. E interrogaron a María sobre el asunto, y ella accedió a su demanda. Y celebraron con magnificencia las bodas de la joven, y la alegría de las tres mujeres ocupó el lugar de su anterior angustia. Y convirtieron sus lamentaciones en cánticos de fiesta. Y dijeron, gozosas: Jesús, el hijo de María, ha transformado el duelo en júbilo.
2. María y José permanecieron allí diez días. Y después se alejaron, colmados de testimonios de respeto y de veneración por aquellas personas, que los despidieron con pesar, y que, tras los adioses, volvieron a su casa deshechas en lágrimas, sobre todo la joven.
Los dos bandidos
XXIII 1. Partidos de allí, llegaron a una tierra desierta, y oyeron decir que no era segura, porque había en ella bandidos. Sin embargo, María y José se decidieron a atravesar aquel país durante la noche. Y, mientras marchaban, advirtieron que, al borde del camino, comparecían dos bandidos, apostados y destacados por sus compañeros, que dormían un poco más allá, para guardar el camino. Estos dos bandidos que acababan de encontrar se llamaban Tito y Dumaco. Y el primero dijo al segundo: Déjales el camino libre, para que pasen, y que nuestros compañeros no lo noten. Dumaco no consintió en ello. Entonces Tito le dijo: Te daré mi parte de cuarenta dracmas si me complaces. Y le presentó su cinturón como garantía, para decidirlo a callarse.
2. Y, cuando María vio la noble conducta de aquel bandido hacia ellos, le dijo: El Señor Dios te protegerá con su diestra, y te concederá el perdón de tus pecados. Y Jesús tomó la palabra, y dijo a María: ¡Oh madre mía, dentro de treinta años, los judíos me crucificarán en la ciudad de Jerusalén, y, conmigo, crucificarán a estos dos bandidos, Tito a mi derecha, y Dumaco a mi izquierda! Y, en el día aquel, Tito me precederá en el paraíso. Y María repuso: ¡Esto os sea recompensado, hijo mío!
3. De allí se dirigieron a la ciudad de los ídolos. Y, cuando se aproximaron a ella, la ciudad fue víctima de un terremoto y convertida en colinas de arena.
La Sagrada Familia en Matarieh
XXIV 1. De allí se dirigieron al sicómoro que se llama hoy día Matarieh.
2. Y, en Matarieh, el Señor Jesús hizo brotar una fuente, en que Santa Maria le lavó su túnica. Y el sudor del Señor Jesús, que ella escurrió en aquel lugar, hizo nacer allí bálsamo.
La Sagrada Familia en Misr
XXV 1. De allí pasaron a Misr. Y vieron al Faraón, y habitaron en el país de Misr durante tres años.
2. Y el Señor Jesús realizó, en el país de Misr, numerosos milagros, que no figuran en los Evangelios de la infancia, ni en los Evangelios completos.
Regreso a Nazareth
XXVI 1. Al cabo de tres años, volvieron a Misr. Y, cuando ganaron la tierra de Judea, José temía pasar adelante, por haber sabido que Herodes había muerto, y que su hijo Arquelao lo había sucedido como rey del país. Entonces el ángel del Señor le apareció, y le dijo: José, vete a la villa de Nazareth, y permanece allí.
2. ¡Oh sorprendente milagro, que haya sido llevado y paseado a través de los países, como quien no tiene morada, ni albergue, el dueño de todos los países y el pacificador de los mundos y de las criaturas!
Epidemia en Bethlehem. Curación de un niño
XXVII 1. Y, cuando entraron en la villa de Bethlehem, había allí numerosos casos de una enfermedad grave, que atacaba a los niños en los ojos, y de la que morían.
2. Y una mujer, que tenía un hijo enfermo y próximo ya a la muerte, lo llevó a Santa María, a quien vio ocupada en bañar a Jesús, y a quien dijo: ¡Oh María, mi señora, mira cuán cruelmente sufre este fruto de mis entrañas! ¿No tendrá el Señor misericordia de él?
3. Y, una vez hubo María retirada a Jesús del agua en que lo había lavado, respondió a la mujer en estos términos: Toma un poco de este agua en que acabo de bañar a mi hijo, y échala sobre el tuyo. Y la mujer lo hizo así, y lavó con aquella agua a su hijo, que cesó de agitarse, y lo envolvió en su vestidito, y lo adormeció. Y el niño se despertó en plena y perfecta salud. Y aquella mujer glorificó a Dios y a Jesús, y, llena de júbilo, llevó a su hijo a la Virgen, que le dijo: Da gracias al Señor, que te ha curado este niño.
Curación de otro niño
XXVIII 1. Y había allí otra mujer, vecina de aquella cuyo hijo había sido curado, y que tenía también un hijo atacado de la misma enfermedad. Sus ojos habían dejado de ver, y, con vivo dolor y sin interrupción alguna, gritaba de noche y día. Y la madre del niño curado dijo a la otra: ¿Por qué no lo llevas a casa de María, como yo llevé al mío, que estaba muy enfermo, y más cerca de la muerte que de la vida? En casa de María, tomé agua de las abluciones de su hijo Jesús, lavé con ella al mío, lo adormecí, y, después del sueño, despertó curado. Helo aquí: míralo.
2. La vecina que tal oyó, marchó asimismo a casa de María, y con fe tomó el agua, lavó con ella a su hijo, y pronto cesaron los vivos dolores que sentía, y se durmió, quedando como un muerto, porque hacía muchísimos días que no dormía. Al despertar, se levantó sano, y sus ojos habían recobrado la vista. La madre, henchida de gozo, alabó al Señor, tomó a su hijo, y lo llevó a María, a quien descubrió todo lo que acababa de suceder. Y María le dijo: Da gracias a Dios, por haberlo restablecido, y no hables de este caso a nadie.
Curación de Cleopas. Rivalidad de dos madres
XXIX 1. Y había también, en aquel lugar, dos mujeres casadas con un mismo hombre. Cada una de ellas tenía un hijo, y los dos niños sufrían mucho. Y una de aquellas dos mujeres se llamaba María, y su hijo Cleopas. Y, tomando a su hijo, fue a casa de la madre de Jesús, y le regaló un hermoso velo, diciéndole: ¡Oh María, mi Señora, recibe este velo, y dame, en cambio, uno solo de los pañales de tu hijo. Y María lo hizo, y la madre de Cleopas marchó, y, de aquel pañal, hizo una túnica, con la que vistió a su hijo, el cual quedó inmediatamente libre de su mal. Y el hijo de su rival, llamada Azrami, murió, lo que produjo enemistad entre ambas. Porque Azrami cobré aversión y horror a María, viendo que el hijo de ésta estaba vivo y sano, mientras que el suyo habla muerto.
2. Y las dos mujeres tenían la costumbre de hacer el menaje de la casa alternativamente, cada una durante una semana. Y, cuando le tocó el turno a María, se apresté a cocer el pan. Y encendió el horno, y marchó a buscar la masa. Azrami, advirtiendo que nadie la veía, corrió a buscar al niño, que estaba solo en aquel momento, y lo arrojó al horno, y se alejé de allí. Y, cuando María volvió, hallé a su hijo, riendo en medio del horno a que se le había echado, y al horno frío ya como la nieve, cual si no se hubiese puesto en él fuego alguno. Entonces la madre del niño comprendió que era su rival quien lo había lanzado a las llamas. Y, sacando a Cleopas del horno, fue a casa de la Virgen, a quien conté el caso. Y la Virgen le dijo: Tranquilízate, porque esto redundará en ventaja tuya, y no hables del caso a nadie. El no callarlo no te servirá de nada, y aun temo por ti, si se divulga.
3. Y ocurrió a poco que, yendo Azrami al pozo a buscar agua, vio a Cleopas, que jugaba por allí cerca. Nadie comparecía por los contornos. Y, tomando al niño, lo precipitó al pozo, y regresó a su casa. Cuando otras gentes llegaron al pozo a hacer su provisión de líquido, vieron al muchacho, que se recreaba, daba vagidos, y se reía, sentado sobre el agua. Y bajaron al pozo, y lo sacaron de él. Y, poseídos de admiración extremada por el pequeñuelo, glorificaron a Dios. Mas su madre, que sobrevino, lo tomé, y lo llevó, llorando, a la Virgen, a quien dijo: Ve, madre mía, lo que mi rival ha hecho con mi hijo, y cómo lo ha precipitado al pozo. Es inevitable que acabe por hacerlo perecer. Pero la Virgen le contestó: Cálmate, porque muy pronto Dios te librará de ella, te hará justicia, y te vengará. Y, en efecto, como a los pocos días, Azrami, fuese a tomar agua del pozo, sus pies se enredaron en la cuerda, y cayó al fondo. Y las gentes que llegaron a sacarla, la encontraron con la cabeza triturada y los huesos rotos. Así murió de mala muerte, y en ella se cumplió lo que habla escrito David: Han cavado un pozo, lo han hecho profundo, y han caído en el hoyo que ellos mismos han abierto.
Curación de Tomás Dídimo (o de Bartolomé)
XXX 1. Y había allí otra mujer, que tenía dos hijos gemelos. Ambos a dos contrajeron una enfermedad. El uno había muerto, y el otro agonizaba. Y la madre tomé al último florando, y lo llevé a Nuestra Señora Santa María, a quien dijo: ¡Oh María, mi Señora, ven en mi ayuda, y socórreme! Yo tenía dos hijos gemelos y, en la hora de ahora, he enterrado al uno, y el otro está a punto de morir. Escucha la plegaria y la súplica que voy a dirigir a Dios. Y, deshecha en lágrimas, tomó a su hijo en sus brazos, y se puso a decir: ¡Oh Señor, tú que eres tierno para los hombres y no implacable, bueno y no inflexible! ¡Oh Señor, amante de los hombres, clemente, misericordioso y santo, haz justicia a tu sierva! Tú me has dado dos hijos, y me has quitado uno. Déjame, al menos, el que me queda.
2. A la vista de aquel ardiente llanto, Santa María tuvo piedad de ella, y le dijo: Deposita a tu hijo sobre el lecho del mío, y cúbrelo con los vestidos de este último. Y ella lo deposité sobre el lecho en que estaba el Cristo. El niño tenía ya los ojos cerrados, como para abandonar la vida. Mas, cuando el olor de los efluvios que emanaban de los vestidos del Cristo hubo llegado al pequeñuelo, éste aspiré un espíritu de vida nueva, abrió los ojos y, dando un gran grito, exclamó: ¡Madre, dame el pecho! Y ella se lo dio, y el niño lo chupó. Y su madre dijo a Nuestra Señora Santa María: Yo sé ahora que la virtud de Dios reside en ti hasta punto tal, que tu hijo tiene el poder de curar a sus semejantes por el simple contacto con sus vestidos. Y el niño curado de aquel modo era el que el Evangelio llama Tomás, apodado Dídimo por los demás apóstoles.
Curación de una leprosa
XXXI 1. Y había allí también una mujer atacada de la lepra y de la sarna. Y fue a casa de María, y le dijo: ¡Oh María, mi Señora, ven en mi ayuda! María le dijo: ¿Qué socorro necesitas? ¿Plata? ¿Oro? ¿O que tu cuerpo sea purificado de la lepra y de la sarna? La mujer le dijo: ¿Y quién tiene el poder de darme esto? María le dijo: Ten la paciencia de esperar a que mi hijo Jesús haya salido del baño.
2. Y la mujer esperó pacientemente, como María le había dicho. Y, cuando Jesús fue sacado del baño, en que se lo había lavado, María lo fajó, y lo colocó en su cuna. Y dijo a la mujer: Toma un poco de este agua, y viértela sobre tu cuerpo. Y, habiéndolo hecho, al instante quedé libre de su azote, y rindió a Dios alabanzas y acciones de gracias.
Curación de otra leprosa
XXXII 1. Después de haber permanecido tres días con María, la mujer regresó a su aldea, donde había un señor, que tenía una hija casada con otro señor de otro país. Y, al poco tiempo de las bodas, el marido notó en su esposa huellas de lepra semejantes a una estrella. Y el matrimonio fue roto y declarado nulo, a causa de la señal morbosa que apareciera en la cuitada. Y su madre empezó a llorar con amargura, y la joven lloraba también. Cuando aquella mujer las vio en tal situación, abrumadas de pena y vertiendo lágrimas les preguntó: ¿Cuál es la causa de vuestro llanto? Y ellas respondieron: No nos interrogues sobre nuestra situación. Nuestro disgusto es algo de que no podemos hablar a nadie, y que debe quedar entre nosotras. La mujer repitió su pregunta con insistencia, y les dijo: Descubrídmelo, que quizá os indicaré el remedio. Y ellas le mostraron las huellas de lepra que se advertían en el cuerpo de la joven.
2. Habiendo oído y visto todo esto, la mujer les dijo: Yo también era leprosa, y habiendo ido a Bethlehem para un asunto, entré en casa de una mujer llamada María, que tiene un hijo llamado Jesús, el cual es hijo de Dios. Y, como notase que era leprosa, se compadeció de mi suerte, y me dio el agua que había servido para bañar a su hijo, agua que vertí sobre mi cuerpo, quedando en seguida curada de mi mal. Y ellas le dijeron: ¿Estás dispuesta a partir con nosotras, y ponernos en relación con María? Ella repuso: De buen grado. Y las tres mujeres se levantaron, y fueron a ver a María, llevando consigo ricos presentes.
3. Y, llegado que hubieron a Bethelehem, ofrecieron sus presentes a María, y le mostraron la leprosa que las acompañaba. Y María les dijo: ¡Descienda sobre vosotras la misericordia de Jesucristo! Y dio a la hija del señor el agua de las abluciones de Jesús. Y la joven se lavé con ella, y, tomando un espejo, se miró, y vio que estaba completamente curada. Y las favorecidas y los demás asistentes al milagro dieron gracias a Dios. Después, las dos mujeres volvieron gozosas a su país, glorificando al Altísimo, por el beneficio que les concediera. Y, cuando el marido supo que su esposa estaba completamente curada, la hizo volver a él, celebró por segunda vez sus nupcias, y alabé al Señor por la merced recibida.
La joven obsesionada por el demonio
XXXIII 1. Y había asimismo allí una joven, de padres nobles, de cuyo ser el demonio se había posesionado. El maldito le aparecía en todo momento, bajo la forma de un dragón enorme, y marcaba la mueca de que iba a devorarla. Y chupaba toda su sangre, y ponía su cuerpo como tostado, y la dejaba como muerta. Cuando él se le aproximaba, ella juntaba sus manos sobre su cabeza, y gritaba, diciendo: ¡Malhaya yo! ¿Quién me librará de este dragón perverso? Sus padres lloraban en su presencia misma. Cuantos oían sus gritos dolorosos, se apiadaban de su desgracia. Numerosas personas se agrupaban en torno suyo, lamentando su pena, sobre todo al oírla decir, entre lágrimas: Padres, hermanos, amigos, ¿no hay nadie que pueda sacarme de las garras de este enemigo verdugo?
2. Y, cuando la hija del señor, la que había sido curada de la lepra, oyó la voz de aquella muchacha, subió a la terraza de su castillo, y la vio con las manos juntas sobre la cabeza, y llorando, y, a la multitud que la rodeaba, llorando también. Y la hija del señor tomó la palabra, y preguntó a su marido: ¿Cuál es la historia de esa joven? Y el marido le respondió, explicándole el caso de la infeliz. Y su esposa le preguntó: ¿Tiene todavía padres? Él respondió: Ciertamente, tiene todavía padre y madre. Y ella dijo: Por el Dios vivo te conjuro a que envíes a buscar a su madre. Y él se la trajo. Cuando la hubo visto, la hija del señor la interrogó diciendo: ¿Es tu hija esta joven obsesionada por el demonio? La pobre le contestó con tristeza y llorando: Sí, señora, es mi hija. Y la otra le dijo: ¿Quieres que tu hija sane? La madre de la joven dijo: Lo quiero. Y la hija del señor le dijo: Guárdame el secreto. Has de saber que yo también he sido leprosa, y que logré mi curación por intermedio de una mujer llamada María, madre de Jesús, que es el Cristo. Ve a Bethlehem, la aldea de David, el gran rey, y entrevístate con María, y expónle tu caso. Ella curará a tu hija, y estáte segura de que volverás de la visita llena de júbilo.
3. Y la madre de la joven se despidió de la hija del señor, y fue a Bethlehem con la suya. Allí encontró a María, y le hizo conocer el estado de la joven. Después de haberla oído, María le dio el agua de las abluciones de Jesús, y le ordenó que lavase con ella el cuerpo de su hija. Y también le dio uno de los pañales de Jesús, diciéndole: Toma este pañal, y cada vez que tu hija vea a su enemigo, mostrádselo. Y las despidió amistosamente.
Liberación de la poseída
XXXIV 1. Y las dos mujeres regresaron a su aldea. Y llegó el instante en que la joven estaba sujeta a su visión, y en que el demonio se disponía a acometerla. Y el maldito se presentó a sus ojos bajo su figura habitual de dragón, y la joven sintió pavor, y dijo: Madre, he aquí mi malvado enemigo, que va a asaltarme. Tengo mucho miedo. Su madre le dijo: No temas sus arañazos, hija mía. Espera a que se acerque, muéstrale el pañal que nos ha dado Santa María, y sabremos lo que ocurre.
2. Y la joven, viendo que su enemigo se aproximaba bajo la forma de un dragón enorme y de aspecto horrible, empezó a temblar con todos sus miembros. Y, cuando más cerca estaba de ella, desplegó el pañal, y, habiéndolo puesto sobre su cabeza, vio salir de él llamas ardientes y carbones abrasados, que se proyectaban sobre el dragón. ¡Oh prodigio brillante el que entonces se produjo! En el momento mismo en que el dragón dirigió su mirada al pañal de Jesús, salió de éste el fuego, que lo hirió en la cabeza, en los ojos y en la faz, haciéndolo aullar y dar alaridos terribles. Y, con voz estridente, gritó diciendo: ¿Qué quieres, Jesús, hijo de María? ¿Cómo podré escapar de ti? Y tomó la fuga, desapareció, y no se lo vio más. Y la joven recobró la paz de su espíritu, y pasó de la angustia al júbilo. Y, a partir de aquel día, no volvió a visitarla la visión horrorosa.
El demonio expulsado de Judas Iscariotes
XXXV 1. Cuando Jesús tenía tres años de edad, había, en aquel país, una mujer, cuyo hijo, llamado Judas, estaba poseído del demonio. Y, cada vez que éste lo asaltaba, Judas mordía a cuantos se acercaban a él, y, si no encontraba a nadie a su alcance, se mordía las manos y los demás miembros de su cuerpo. Cuando la madre de este desventurado supo que Jesús había curado muchos enfermos, llevó su hijo a María. Pero, en aquel momento, Jesús no estaba en casa, por haber salido, con sus hermanos, a jugar con los otros niños.
2. Y, así que estuvieron en la calle, se sentaron todos, y Jesús con ellos. Judas, el poseído, sobrevino, y se sentó a la derecha de Nuestro Señor. Su obsesión lo invadió de nuevo, y quiso morder a Jesús. No pudo, pero lo golpeó en el costado derecho. Jesús se puso a llorar, y, en el mismo instante y ante los ojos de varios testigos, el demonio que obsesionaba a Judas lo abandonó bajo la forma de un perro rabioso. Y aquel muchacho que pegó a Jesús, y de quien salió el demonio, era el discípulo llamado Judas Iscariotes, el que entregó a Nuestro Señor a los tormentos de los judíos. Y el costado en que Judas lo golpeó fue el mismo que los judíos atravesaron con una lanza.
Las figurillas de barro
XXXVI 1. Un día, cuando Jesús había cumplido los siete años, jugaba con sus pequeños amigos, es decir, con niños de su edad. Y se entretenían todos en el barro, haciendo con él figurillas, que representaban pájaros, asnos, caballos, bueyes, y otros animales. Y cada uno de ellos se mostraba orgulloso de su habilidad, y elogiaba su obra, diciendo: Mi figurilla es mejor que la vuestra. Mas Jesús les dijo: Mis figurillas marcharán, si yo se lo ordeno. Y sus pequeños camaradas le dijeron: ¿Eres quizá el hijo del Creador?
2. Y Jesús mandó a sus figurillas marchar, y en seguida se pusieron a dar saltos. Después, las llamó, y volvieron. Y había hecho figurillas que representaban gorriones. Y les ordenó volar, y volaron, y posarse, y se posaron en sus manos. Y les dio de comer, y comieron, y de beber, y bebieron. Y, ante unos jumentos que hiciera, puso paja, cebada y agua. Y ellos comieron y bebieron. Los niños fueron a contar a sus padres todo lo que había hecho Jesús. Y sus padres les prohibieron para en adelante jugar con el hijo de María, diciéndoles que era un mago, y que convenía guardarse de él.
Jesús en casa del tintorero
XXXVII 1. Otro día en que Jesús se paseaba y se divertía con varios niños de su edad, pasó por el taller de un tintorero llamado Salem. Y este tintorero tenía, en su taller, muchos trajes que pertenecían a las gentes de la población, y que se proponía teñir.
2. Y, habiendo entrado en el taller del tintorero, tomó todos aquellos trajes, y los echó en una tina de índigo. Cuando Salem el tintorero volvió, y vio todos aquellos trajes deteriorados, se puso a gritar con voz estentórea, y, agarrando a Jesús, le dijo: ¿Qué me has hecho, hijo de María? Me afrentarás ante todas las gentes de la población. Cada uno desea un color a su gusto, y tú has venido a estropear la obra. Y Jesús le dijo: Cambiaré a cada traje el color que quieras darle. Y, acto seguido, Jesús se puso a sacar de la tina los trajes, cada uno, hasta el último, con el color que deseaba el tintorero. Y los judíos, a la vista de prodigio tamaño, glorificaron a Dios.
Jesús en el taller de José
XXXVIII 1. A veces, José llevaba a Jesús consigo, y circulaba por toda la población. Porque ocurría que las gentes, a causa de su arte, lo llamaban, para que les hiciera puertas, cubos para ordeñar, asientos o cofres. Y Jesús lo acompañaba por doquiera iba.
2. Y, cada vez que se necesitaba prolongar o recortar algún objeto, alargarlo o restringirlo, fuese en un codo o en un palmo, Jesús extendía su mano hacia el objeto, y la cosa quedaba hecha como deseaba José, sin que éste tuviese que poner la mano en ello. Porque José no era hábil en el oficio de carpintero.
El trozo de madera alargado
XXXIX 1. En cierta ocasión, el rey de Jerusalén llamó a José, y le dijo: José, quiero que me hagas un lecho suntuoso, cuyas dimensiones sean exactamente iguales a las del salón en que tengo mis asambleas. José repuso: ¡A tus órdenes! E, inmediatamente, se puso a fabricar el lecho, y permaneció dos años en el palacio del rey, antes de terminarlo. Mas, cuando quiso colocarlo en su sitio, se encontró con que una de las piezas era dos palmos más corta, en todos los sentidos, que la pieza simétrica. A la vista de esto, el rey montó en cólera contra él. Y José, en el exceso de temor que el rey le inspiraba, pasó la noche en ayuno, sin tomar ningun alimento.
2. Y Jesús le preguntó: ¿De qué tienes miedo? José contestó: He aquí que he perdido todo el trabajo de dos años. Jesús le dijo: No te empavorezcas, ni te espantes. Y, tomando uno de los extremos de la pieza, añadió: Toma tú el otro extremo. Y Jesús suspendió la pieza, y la hizo igual a la pieza gemela, diciendo a José: Haz ahora lo que te plazca. Y José comprobó que el lecho se hallaba en buen estado y a medida del local. Ante cuyo prodigio los asistentes quedaron llenos de estupor, y alabaron a Dios.
3. Y la madera que sirvió para hacer aquel lecho, era madera de esencias y de cualidades diferentes, como la empleada en la construcción del templo, por el rey Salomón, hijo de David.
Los niños convertidos en machos cabríos
XL 1. En otra ocasión, Jesús había salido por las calles. Y, habiendo visto a algunos niños, que se habían reunido para jugar, se dirigió a ellos. Pero los niños, al advertir que se les acercaba, huyeron de él, y se ocultaron en un horno. Jesús los siguió, se detuvo a la puerta de la casa, y, viendo a unas mujeres, les preguntó dónde habían ido los niños. Y las mujeres respondieron: No hay aquí uno solo. Él les dijo: Y los que están en el horno, ¿quiénes son? Las mujeres le dijeron: Son machos cabríos de tres años. Y Jesús exclamó: Salgan afuera, cerca de su pastor, los machos cabríos que en el horno están. Y del horno salieron cabritillos, que saltaban y brincaban, jugueteando, alrededor de Jesús. Testigos de este espectáculo, las mujeres, presa de admiración y de pavor, corrieron a prosternarse en súplica ante Jesús, diciéndole: ¡Oh Señor Nuestro, Jesús, hijo de María! Tú eres, en verdad, el buen pastor de Israel. Ten piedad de tus siervas, que están en tu presencia, y que no dudan de ti. ¡Oh Señor nuestro, tú has venido a curar, y no a hacer perecer!
2. Y Jesús les respondió: Los hijos de Israel están colocados, entre los pueblos, en el mismo rango que los negros. Porque los negros merodean por los flancos de los rebaños descarriados, e importunan a los pastores, y lo mismo hace el pueblo de Israel. Y las mujeres dijeron: Señor, tú sabes todas las cosas, y nada te está oculto. Pero los hijos de Israel nunca más te huirán, ni se esconderán de ti, ni te importunarán. Rogámoste, y esperamos de tu bondad, que tornes a esos niños, servidores tuyos, a su condición primera. Y Jesús gritó: Corred aquí, niños, y vamos a jugar. Y, en el mismo instante, los cabritillos recobraron su forma, y se convirtieron en muchachos, ante los ojos de aquellas mujeres. Y, a partir de aquel día, no les fue ya posible a los niños huir de Jesús. Y sus padres les advirtieron de ello, diciéndoles: Cuidad de hacer todo lo que os diga el hijo de María.
Jesús en papel de rey
XLI 1. Cuando llegó el mes de adar, Jesús congregó a los niños alrededor suyo, y les dijo: Démonos un rey. Y los apostó sobre el camino grande. Y ellos extendieron sus vestidos en el suelo, y Jesús se sentó encima. Y tejieron una corona de flores, y la pusieron sobre su cabeza, a guisa de diadema. Y se colocaron junto a él, formados en dos grupos, a derecha e izquierda, como chambelanes que se mantienen a ambos lados del monarca.
2. Y a quienquiera pasaba por el camino, los niños lo atraían a la fuerza, y le decían: Prostérnate ante el rey, ve lo que desea, y después prosigue tu marcha.
Curación de Simón, mordido por una serpiente.
Dos prodigios más
XLII 1. Mientras tanto, he aquí que se aproximaron a aquel sitio varias personas, que transportaban a un niño de quince años, llamado Simón. Este niño había ido con otros a la montaña para recoger leña. Y, en la montaña, encontró un nido de gorriones, y extendió la mano para coger los huevos. Y una serpiente venenosa, que se encontraba en el nido, lo mordió. Y pidió socorro, y, cuando sus compañeros llegaron, lo vieron yacente en tierra como un muerto. Y sus padres lo llevaban para conducirlo a Jerusalén a que lo viese un médico.
2. Al pasar frente al grupo de niños, en que Jesús se encontraba ejerciendo su papel de rey, con sus compañeros en torno suyo, semejantes a servidores, éstos dijeron a los portadores del niño: Venid a ver lo que el rey desea de vosotros, y saludadlo. Pero ellos se negaron a ir, a causa del disgusto que experimentaban. Entonces los niños los arrastraron violentamente y a pesar suyo.
3. Los padres de Simón lloraban, porque el niño andaba muy mal de su mordedura, y tenía el brazo inflamado y tumefacto. Cuando llegaron cerca de Jesús, éste les preguntó: ¿Por qué lloráis? Y ellos respondieron: A causa de este nuestro hijo, que, habiendo ido a buscar nidos de gorriones, fue mordido por una serpiente. Y Jesús dijo a todos: Venid conmigo a matar la serpiente. Mas los padres del niño dijeron: Déjanos marchar, porque nuestro hijo está a punto de morir. Los camaradas de Jesús replicaron: ¿Os negáis a obedecer, después de haber oído lo que el rey ha ordenado? Vamos a matar la serpiente. Y, sin otro permiso, emprendieron la subida a la montaña.
4. Cuando llegó cerca del nido, Jesús preguntó a los padres: ¿Es aquí donde se encuentra la serpiente? Y ellos respondieron: Sí. Entonces Jesús llamó a la serpiente, que salió sin retardo, y se humilló ante él, que le dijo: Ve a chupar el veneno que has inyectado a ese niño. Y la serpiente se arrastró hasta éste, y le chupó todo su veneno. Y Jesús la maldijo, y la serpiente reventó. Y puso su mano sobre el pequeño, que, aun viéndose curado empezó a llorar. Mas Jesús le dijo: No llores, que con el tiempo serás mi discípulo. Y este discípulo era el mismo de que habla el Evangelio, y que los apóstoles llamaron Simón Zelote o Qananaia, a causa de aquel nido de gorriones, en el cual una serpiente lo había mordido.
5. Poco después, llegó un hombre de Jerusalén. Y los niños fueron a él, y lo detuvieron, diciéndole: Ven a saludar a nuestro rey. Y, cuando el hombre obedeció, Jesús observó que llevaba enroscada al cuello una serpiente, la cual, tan pronto lo sofocaba, como aflojaba sus anillos. Jesús le preguntó: ¿Cuánto tiempo hace que esa serpiente está en tu cuello? El hombre respondió: Hace tres años. Jesús añadió: ¿De dónde cayó sobre ti? El hombre contestó: Yo le hice una buena acción, y ella me la devolvió con otra mala. Jesús insistió: ¿De qué manera le hiciste bien, y ella te lo pagó con mal? El hombre repuso: La encontré en invierno, aterida de frío. La puse en mi pecho, y, llegado a mi casa, la metí en un cántaro de tierra, cuya abertura cerré. Y, cuando abrí el cántaro, para sacarla de allí, se lanzó a mi cuello, y en él se enroscó. Me atormenta, me estrangula, y no puedo librarme de ella. Y Jesús dijo: Has obrado mal, sin saberlo. Dios ha creado a la serpiente para vivir en el polvo de la tierra, y tener alternativamente frío y calor. De ti dependía que hubiese seguido viviendo en el polvo de la tierra, conforme a la voluntad divina. Pero la has agarrado, llevado contigo, y encerrado en un cántaro, sin darle alimento. No has procedido bien al respecto suyo. Y Jesús dijo a la serpiente: Baja de donde estás, y vete a vivir en el suelo. Y la serpiente obedeció, y se desprendió del cuello del hombre, que dijo: En verdad, tú eres rey, el rey de los reyes, y todos los encantadores y todos los espíritus rebeldes reconocen tu imperio, y te obedecen.
6. Advino en seguida un joven montado sobre un asno, y acompañado de un viejo, que, llorando, lo sostenía. Y, Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo: ¿Qué tienes, viejo, que así lloras? ¿Cuál es la causa de tus lágrimas? Y el viejo dijo: ¿Cómo no llorar y atormentarme? Este hijo mío era quien a mí y a su madre, también anciana, nos sustentaba y nos servía. Pero unos ladrones lo han asaltado, desvalijado, golpeado, herido, y después se han marchado, dejándolo por muerto. Y Jesús sintió compasión por el viejo, y puso su mano derecha sobre el joven, que inmediatamente quedó curado de sus heridas, se apeó del asno, se puso en marcha por su propio pie, y regresó a su hogar con su progenitor.
Jacobo mordido por una víbora
XLIII 1. Otra vez, José mandó a su hijo Jacobo a buscar leña al bosque, y Jesús partió en su compañía. Cuando llegaron al sitio en que la leña se encontraba, Jacobo se puso a recogerla. Y he aquí que una mala víbora lo mordió en la mano, y el niño empezó a gritar y a llorar.
2. Y Jesús, viéndolo en aquel estado, se acercó a él, y sopló sobre la moderdura, que quedó cicatrizada. Y la víbora se desecó, y Jacobo se encontró sano y salvo.
Resurrección de Zenón, caído de una azotea
XLIV 1. Algunos días más tarde, Jesús jugaba con otros niños en la azotea de una casa. Uno de ellos cayó al suelo, y murió instantáneamente. Y los niños se dijeron los unos a los otros: ¡Ea! Digamos que quien lo ha tirado es Jesús, el hijo de María. Y huyeron todos, y Jesús quedó solo en la azotea. Cuando los padres del niño llegaron, dijeron a Jesús: Tú eres quien ha tirado a nuestro hijo desde lo alto de la azotea. Y él les respondió: No soy yo quien lo ha tirado. Mas ellos se pusieron a gritar, diciendo: Nuestro hijo ha muerto, y tú eres su matador.
2. Y Jesús, María y José fueron detenidos por la muerte de aquel niño, y se los condujo a la presencia del gobernador. Y ante éste depusieron los niños contra Jesús, como si hubiera sido él quien tirara al niño de la azotea. Y el gobernador dijo: Ojo por ojo, diente por diente, vida por vida. Cuando le tocó declarar a Jesús, respondió al juez en estos términos: No se me impute tan mala acción. Y, si no me crees, ¿bastará con que interroguemos al niño, para que manifieste la verdad? Si yo resucito a ese niño, y si él dice que no he sido yo quien lo ha tirado, ¿qué harás con los que han dado falso testimonio contra mí? El juez respondió, y dijo a Jesús: Si haces eso, tú serás absuelto, y los otros serán condenados. Entonces Jesús, acompañado del juez y de gran multitud, fue hasta donde estaba el niño muerto, y, colocándose cerca de su cabeza, gritó en alta voz: Zenón, Zenón, ¿quién te ha tirado de la azotea? ¿He sido yo? Y el muerto respondió, diciendo: ¡Perdón, Señor Jesús! Tú no me has tirado, y ni siquiera estabas allí, cuando me tiraron mis compañeros. Estos niños que han depuesto mentirosamente contra ti son los que me tiraron, y yo he caído. Entonces Jesús se aproximó a Zenón, lo tomó por la cabeza, lo irguió sobre sus pies, y dijo a los asistentes: ¿Habéis oído y visto? Y los adversarios de Jesús quedaron cubiertos de oprobio, y los espectadores, sorprendidos, se admiraron de prodigio tamaño, y alabaron a Dios, diciendo: Verdaderamente, Dios está con este niño. ¿Qué llegará a ser con el tiempo? Y Jesús se acercaba a la edad de doce años cuando hizo aquel milagro.
El agua recogida en una túnica
XLV 1. Y María dijo, una vez, a Jesús: Hijo mío, ve a buscarme agua al pozo. Mas, a causa del gran gentío que alrededor del pozo se comprimía, el cántaro, lleno de agua, como estaba, cayó y se rompió.
2. Y Jesús, desplegando la túnica que lo cubría, recogió el agua en ella, y la llevó a su madre. Y María quedó admirada en extremo. Y todo lo que veía, lo guardaba y lo encerraba en su corazón.
El hijo de Hanan castigado con parálisis
XLVI 1. Otra vez, Jesús se encontraba cerca de un canal de irrigación, y con él se encontraban otros niños. Y se entretenían en hacer pequeños depósitos de agua. Y Jesús, con barro, había formado doce pajaritos, y los colocó en los bordes de su depósito, tres a cada lado. Y era sábado aquel día.
2. Sobrevino el hijo de Hanan el judío, y, viéndolos así ocupados, les dijo con cólera y acritud: ¡En día de sábado amasáis barro! Y, lanzándose contra ellos, destruyó sus depósitos. Cuanto a Jesús, batió sus manos, se volvió hacia los pájaros que había hecho, y éstos volaron, chillando.
3. El hijo de Hanan se dispuso también a romper el depósito de Jesús, y el agua se desecó. Y Jesús le dijo: ¡Deséquese tu vida, como se ha desecado este agua! Y, en el mismo momento, el niño fue atacado de parálisis.
Jesús empujado por un niño
XLVII 1. Un día, Jesús camfnaba con José. Y encontró a un muchacho que corría, y que, tropezando con él, lo hizo caer.
2. Y Jesús le dijo: Como me has hecho caer, así caerás tú, para no levantarte más. Y, en el mismo momento, el muchacho cayó, y murió.
Jesús en la escuela de Zaqueo
XLVIII 1. Había en Jerusalén un maestro de niños llamado Zaqueo, el cual dijo a José: Tráeme a Jesús, para que se instruya en mi escuela. Y José le dijo: De buen grado. Y fue a hablar a María, y ambos tomaron consigo a Jesús, y lo llevaron al maestro. Habiéndolo éste visto, le escribió el alfabeto, y le ordenó: Di Alaph. Y Jesús dijo: Alaph. El maestro continuó: Di Beth. Y Jesús repuso: Explícame primero el término Alaph, y entonces diré Beth. El maestro dijo: No sé esa explicación. Y Jesús le dijo: Los que no saben explicar Alaph y Beth, ¿cómo enseñan? Hipócritas, enseñad, ante todo, lo que es Alaph, y os creeré sobre Beth. Y, al oír esto, el maestro quiso pegarle.
2. Mas Jesús, le dijo: Alaph está hecha de un modo, y Beth de otro, y lo mismo ocurre con Gamal, Dalad, etcétera, hasta Thau. Porque, entre las letras, unas son rectas, otras desviadas, otras redondas, otras marcadas con puntos, otras desprovistas de ellos. Y hay que saber por qué cierta letra no precede a las otras; por qué la primera letra tiene ángulos; por qué sus lados son adherentes, puntiagudos, recogidos, extensos, complicados, sencillos, cuadrados, inclinados, dobles o reunidos en grupo ternario; por qué los vértices quedan desviados u ocultos. En suma: se puso a explicar cosas que el maestro no había jamás oído, ni leído en ningún libro.
3. Y el maestro se sorprendió, y se espantó de las palabras del niño, de la nomenclatura que detallaba, y de la fuerza inmensa que se encerraba en las cuestiones que proponía. Y dijo: En verdad, esta criatura es capaz de quemar el fuego mismo. Yo creo que ha nacido antes del tiempo de Noé. Y, volviéndose hacia José, le dijo: Me has traído un niño para que lo instruya en calidad de discípulo, y se me ha revelado como maestro de maestros.
4. Y José exclamó: ¿Quién será capaz de educar a un niño como éste? Jesús repuso: Las palabras que acabas de pronunciar, significan que no soy de los vuestros. Estoy con vosotros y en medio de vosotros, y no poseo ninguna distinción humana. Vosotros estáis bajo la ley, y quedaréis bajo la ley. Yo existía antes que vuestros padres hubiesen nacido. Tú, José, te crees mi padre, porque no sabes de quién nací, ni de dónde vengo. Sólo yo sé verdaderamente cuándo has nacido, y cuánto tiempo permanecerás en este mundo. Y, al oír esto, todos quedaron llenos de sorpresa y de estupor.
El profesor castigado de muerte
XLIX 1. Después, otro maestro, más hábil que el primero, dijo a José: Confíame a Jesús, y yo lo instruiré. Y el maestro se puso a instruirlo, y le ordenó: Di Alaph. Y Jesús dijo Alaph. El maestro continuó: Di Beth. Y Jesús repuso: Dame antes la significación de Alaph, y después diré Beth. El maestro, colérico e irritado, levantó la mano, y le pegó. Y, en el mismo instante, su mano se secó, y cayó por tierra muerto.
2. Y el niño marchó fuera, y se mezcló entre el gentío. Y José llamó a María, su madre, y le advirtió: No dejes a Jesús salir de casa, porque todo el que le pega, muere.
Jesús en medio de los doctores
L 1. Cuando Jesús cumplió los doce años, sus padres subieron con él a Jerusalón, para la fiesta. Y, ésta terminada, regresaron a su hogar. Mas Jesús se separó de ellos, y quedó en el templo, entre los pontífices, los ancianos del pueblo y los doctores de Israel, preguntándoles y respondiéndoles sobre puntos de doctrina. Y todos se admiraban de las palabras, inspiradas por la gracia, que salían de su boca.
2. Jesús interrogó a los doctores: ¿De quién es hijo el Mesías? Y ellos respondieron: De David. Mas él replicó: Entonces, ¿por qué David, bajo la inspiración de Dios, lo llama su Señor, cuando escribe: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, para que humille a mis enemigos bajo el escabel de tus pies?
3. Y el más viejo de los doctores repuso: ¿Has leído los libros santos? Y Jesús dijo: Los libros, el contenido de los libros y la explicación de los libros, de la Thora, de los mandamientos, de las leyes y de los misterios, contenidos en las obras de los profetas, cosas inaccesibles a la razón de una criatura. Y el doctor dijo a sus compañeros: Por mi fe, que hasta el presente no he alcanzado, y ni aun por oídas conozco, un saber semejante. ¿Qué pensáis que llegará a ser este niño, por cuya boca parece que habla Dios?
Ciencia de Jesús
LI 1. Y había también allí un sabio hábil en astronomía. Y preguntó a Jesús: ¿Posees nociones de astronomía, .hijo mío?
2. Y Jesús le respondió, puntualizándole el número de las esferas y de los cuerpos celestes, con sus naturalezas, sus virtudes, sus oposiciones, sus combinaciones por tres, cuatro y seis, sus ascensiones y sus regresiones, sus posiciones en minutos y en segundos, y otras cosas que rebasan los límites de la razón de una criatura.
Jesús y el filósofo
LII 1. Y se encontraba asimismo entre los doctores un filósofo versado en la medicina natural. Y preguntó a Jesús: ¿Posees nociones de medicina natural, hijo mío?
2. Y Jesús respondió con una disertación sobre la física, la metafísica, la hiperfísica y la hipofísica, sobre las fuerzas de los cuerpos y de los temperamentos, y sobre sus energías y sus influencias en los nervios, los huesos, las venas, las arterias y los tendones, y sobre sus efectos, y sobre las operaciones del alma en el cuerpo, sobre sus percepciones y sus potencias, sobre la facultad lógica, sobre los actos del apetito irascible y los del apetito concupiscible, sobre la composición y la disolución, y sobre otras cosas que sobrepujan la razón de una criatura.
3. El filósofo, levantándose, se prosterné ante Jesús, le dijo: Señor, en adelante, soy tu discípulo y tu servidor.
Jesús hallado en el templo
LIII 1. Y, mientras se cambiaban estas conversaciones y otras semejantes, sobrevino María, que, durante tres días, erraba con José en busca de Jesús. Y lo encontró sentado entre los doctores, preguntándoles y respondiéndoles. Y le dijo: Hijo mío, ¿por qué nos has tratado de esta suerte? He aquí que tu padre y yo te buscamos con extrema fatiga. Y Él repuso: ¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que debo estar en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron la palabra que les había dicho. Y los doctores interrumpieron: ¿Es éste tu hijo, María? Ella contestó: Sí. Y ellos dijeron: ¡Bienaventurada eres, oh María, por tal maternidad!
2. Y Jesús volvió con sus padres a Nazareth, y los obedecía en todas las cosas. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas palabras. Y Jesús crecía en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.
Bautismo de Jesús
LIV 1. A partir de aquel día, comenzó a ocultar sus prodigios, sus misterios y sus parábolas.
2. Y se conformó con las prescripciones de la Thora, hasta que cumplió los treinta años, en que el Padre lo manifestó en el Jordán, por la voz que exclamaba desde el cielo: He aquí mi hijo amado, en el cual me complazco, mientras que el Espíritu santo daba testimonio de él, bajo la forma de una paloma blanca.
Doxología
LV 1. Él es aquel a quien oramos y adoramos, él quien se ha encarnado por nosotros, y nos ha salvado, Él quien nos ha dado el ser, el nacimiento y la vida. Su misericordia no cesa, y su clemencia se extiende sobre nosotros, por su liberalidad, su beneficencia, su generosidad y su largueza.
2. A Él la gloria, la benevolencia, la fuerza, la dominación, ahora, en todo tiempo, en toda edad, en toda época, hasta la eternidad de las eternidades y por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
Este es un evangelio apócrifo que circuló en los siglos siguientes la edad apostólica. Textos apócrifos que también se encuentra en el Corán islámico, mostrando la influencia que este libro ha tenido en los pueblos árabes, y también en la iglesia copta de Egipto. Este libro cuenta la historia de los milagros de Jesús en su nacimiento, a continuación, durante la huida a Egipto y la tercera parte, se refiere a los milagros de Jesús como un niño.
En el libro hay partes que se han agregado en el período de la iglesia pagana, cuando los cristianos católicos han venerado a María como Virgen Santa. En el libro que leemos acerca de personas que mueren condenados por Jesús, sino también mucha gente siendo sanada y liberada de los demonios.
Los demonios conocen a Jesús, mostróconocer de su preexistencia. Se habla también de la divinidad de Jesús. El libro debe ser aceptado con reservas. Algunas historias deben ser verdaderas y que fueron transmitidas por la tradición y más tarde se unió a las fábulas y los conceptos ya establecidos dentro de la iglesia. (Comentario escribano Valdemir Mota de Menezes)
EL EVANGELIO ÁRABE DE LA INFANCIA
Palabras pronunciadas por Jesús en la cuna
I 1. Hemos encontrado estas palabras en el libro de Josefo, el Gran Sacerdote que existía en tiempo del Cristo, y que algunos han dicho que era Caifás.
2. El cual afirma que Jesús habló, estando en la cuna, y que dijo a su madre: Yo soy el Verbo, hijo de Dios, que tú has parido, como te lo había anunciado el ángel Gabriel, y mi Padre me ha enviado para salvar al mundo.
Viaje de María y de José a Bethlehem
II 1. El año 309 de Alejandro, ordenó Augusto que cada individuo fuese empadronado en su país. Y José se aprestó a ello, y, llevando consigo a María, su esposa, partió para Bethlehem, su aldea natal.
2. Y, mientras caminaban, José advirtió que el semblante de su esposa se ensombrecía por momentos, y que por momentos se iluminaba. E, intrigado, tomó la palabra, y preguntó: ¿Qué tienes, María? Y ella respondió: Veo, oh José, alternar dos espectáculos sorprendentes. Veo al pueblo de Israel, que llora y se lamenta, y que, estando en la luz, semeja a un ciego, que no percibe el sol. Y veo al pueblo de los incircuncisos, que habitan en las tinieblas, y que una nueva claridad se levanta para ellos y sobre ellos, y que ellos se regocijan llenos de alegría, como el ciego cuyos ojos se abren para ver la luz.
3. Y José llegó a Bethlehem para instalarse en su aldea natal, con toda su familia. Y, cuando llegaron a una gruta próxima a Bethlehem, María dijo a José: He aquí que el tiempo de mi alumbramiento ha llegado, y que me es imposible ir hasta la aldea. Entremos, pues, en esta gruta. Y, en aquel momento, el sol se ponía. Y José partió de allí presuroso para traer a María una mujer que la asistiese. Y halló por acaso a una anciana de raza hebraica y originaria de Jerusalén, a quien dijo: Ven aquí, bendita mujer, y entra en esta gruta, donde hay una joven que está a punto de parir.
La partera de Jerusalén
III 1. Y la anciana, acompañada de José, llegó a la caverna, cuando el sol se había puesto ya. Y penetraron en la caverna, y vieron que todo faltaba allí, pero que el recinto estaba alumbrado por luces más bellas que las de todos los candelabros y las de todas las lámparas, y más intensas que la claridad del sol. Y el niño, a quien María había envuelto en pañales, mamaba la leche de su madre. Y, cuando ésta acabó de darle le pecho, lo depositó en el pesebre que en la caverna había.
2. Y la anciana dijo a Santa María: ¿Eres la madre de este recién nacido? Y Santa María dijo: Sí. Y la anciana dijo: No te pareces a (las demás) hijas de Eva. Y Santa María dijo: Como mi hijo es incomparable entre los niños, así su madre es incomparable entre las mujeres... Y la anciana respondió en estos términos: Oh, señora, yo vine sin segunda intención, para obtener una recompensa. Nuestra Señora Santa María le dijo: Pon tu mano sobre el niño. Y ella la puso, y al punto quedó curada. Y salió diciendo: Seré la esclava y la sierva de este niño durante todos los días de mi vida.
Adoración de los pastores
IV 1. Y, en aquel momento, llegaron unos pastores, y encendieron una gran hoguera, y se entregaron a ruidosas manifestaciones de alegría. Y aparecieron unas legiones angélicas, que empezaron a alabar a Dios. Y los pastores también lo glorificaron.
2. Y, en aquel momento, la gruta parecía un templo sublime, porque las voces celestes y terrestres a coro celebraban y magnificaban el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Cuanto a la anciana israelita, al ver tamaños milagros, dio gracias a Dios, diciendo: Yo te agradezco, oh Dios de Israel, que mis ojos hayan visto el nacimiento del Salvador del mundo.
Circuncisión
V 1. Y, cuando fueron cumplidos los días de la circuncisión, es decir, al octavo día, la ley obligaba c circuncidar al niño. Se lo circuncidó en la caverna, y la anciana israelita tomó el trozo de piel (otros dicen que tomó el cordón umbilical), y lo puso en una redomita de aceite de nardo viejo. Y tenía un hijo perfumista, a quien se la entregó, diciéndole: Guárdate de vender esta redomita de nardo perfumado, aunque te ofrecieran trescientos denarios por ella. Y aquella redomita fue la que María la pecadora compró y con cuyo nardo espique ungió la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo y sus pies, que enjugó en seguida con los cabellos de su propia cabeza.
2. Y, habiendo transcurrido diez días, llevaron al niño a Jerusalén. Y, cuarenta días después de su nacimiento, un sábado, lo condujeron al templo a presencia del Señor, y ofrecieron, para rescatarlo, los sacrificios previstos por la ley de Moisés, a quien Dios dijo: Todo primogénito varón me será consagrado.
Presentación de Jesús en el templo
VI 1. Y, cuando María franqueó la puerta del atrio del templo, el viejo Simeón vio, con ojos del Espíritu Santo, que aquella mujer parecía una columna de luz, y que llevaba en brazos un niño prodigioso. Y, semejantes a la guardia de honor que rodea a un rey, los ángeles rodearon en círculo al niño, y lo glorificaron. Y Simeón se dirigió, presuroso, hacia Santa María, y, extendiendo los brazos hacia ella, le dijo: Dame el niño. Y tomándolo en sus brazos, exclamó: Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz, conforme a tu palabra. Porque mis ojos han visto la obra de tu clemencia, que has preparado para la salvación de todas las razas, para servir de luz a todas las naciones, y para la gloria de tu pueblo, Israel.
2. Y Ana la profetisa fue testigo de este espectáculo, y se acercó para dar gracias a Dios, y para proclamar bienaventurada a Santa María.
Llegada de los magos
VII 1. Y la noche misma en que el Señor Jesús nació en Bethlehem de Judea, en la época del rey Herodes, un ángel guardián fue enviado a Persia. Y apareció a las gentes del país bajo la forma de una estrella muy brillante, que iluminaba toda la tierra de los persas. Y, como el 25 del primer kanun (fiesta de la Natividad del Cristo) había gran fiesta entre todos los persas, adoradores del fuego y de las estrellas, todos los magos, en pomposo aparato, celebraban magníficamente su solemnidad, cuando de súbito una luz vivísima brilló sobre sus cabezas. Y, dejando sus reyes, sus festines, todas sus diversiones y abandonando sus moradas, salieron a gozar del espectáculo insólito. Y vieron que una estrella ardiente se había levantado sobre Persia, y que, por su claridad, se parecía a un gran sol. Y los reyes dijeron a los sacerdotes en su lengua: ¿Qué es este signo que observamos? Y, como por adivinación, contestaron, sin quererlo: Ha nacido el rey de los reyes, el dios de los dioses, la luz emanada de la luz. Y he aquí que uno de los dioses ha venido a anunciarnos su nacimiento, para que vayamos a ofrecerle presentes, y a adorarlo. Ante cuya revelación, todos, jefes, magistrados, capitanes, se levantaron, y preguntaron a sus sacerdotes: ¿Qué presentes conviene que le llevemos? Y los sacerdotes contestaron: Oro, incienso y mirra. Entonces tres reyes, hijos de los reyes de Persia, tomaron, como por una disposición misteriosa, uno tres libras de oro, otro tres libras de incienso y el tercero tres libras de mirra. Y se revistieron de sus ornamentos preciosos, poniéndose la tiara en la cabeza, y portando su tesoro en las manos. Y, al primer canto del gallo, abandonaron su país, con nueve hombres que los acompañaban, y se pusieron en marcha, guiados por la estrella que les había aparecido. Y el ángel que había arrebatado de Jerusalén al profeta Habacuc, y que había suministrado alimento a Daniel, recluido en la cueva de los leones, en Babilonia, aquel mismo ángel, por la virtud del Espíritu Santo, condujo a los reyes de Persia a Jerusalén, según que Zoroastro lo había predicho. Partidos de Persia al primer canto del gallo, llegaron a Jerusalén al rayar el día, e interrogaron a las gentes de la ciudad, diciendo: ¿Dónde ha nacido el rey que venimos a visitar? Y, a esta pregunta, los habitantes de Jerusalén se agitaron, temerosos, y respondieron que el rey de Judea era Herodes.
2. Sabedor del caso, Herodes mandé a buscar a los reyes de Persia, y, habiéndolos hecho comparecer ante él, les preguntó: ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? Y ellos respondieron: Somos hijos de los reyes de Persia, venimos de nuestra nación, y buscamos al rey que ha nacido en Judea, en el país de Jerusalén. Uno de los dioses nos ha informado del nacimiento de ese rey, para que acudiésemos a presentarle nuestras ofrendas y nuestra adoración. Y se apoderó el miedo de Herodes y de su corte, al ver a aquellos hijos de los reyes de Persia, con la tiara en la cabeza y con su tesoro en las manos, en busca del rey nacido en Judea. Muy particularmente se alarmó Herodes, porque los persas no reconocían su autoridad. Y se dijo: El que, al nacer, ha sometido a los persas a la ley del tributo, con mayor razón nos someterá a nosotros. Y, dirigiéndose a los reyes, expuso: Grande es, sin duda, el poder del rey que os ha obligado a llegar hasta aquí a rendirle homenaje. En verdad, es un rey, el rey de los reyes. Id, enteraos de dónde se halla, y, cuando lo hayáis encontrado, venid a hacérmelo saber, para que yo también vaya a adorarlo. Pero Herodes, habiendo formado en su corazón el perverso designio de matar al niño, todavía de poca edad, y a los reyes con él, se dijo: Después de eso, me quedará sometida toda la creación.
3. Y los magos abandonaron la audiencia de Herodes, y vieron la estrella, que iba delante de ellos, y que se detuvo por encima de la caverna en que naciera el niño Jesús. En seguida cambiando de forma, la estrella se torné semejante a una columna de fuego y de luz, que iba de la tierra al cielo. Y penetraron en la caverna, donde encontraron a María, a José y al niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Y, ofreciéndole sus presentes, lo adoraron. Luego saludaron a sus padres, los cuales estaban estupefactos, contemplando a aquellos tres hijos de reyes, con la tiara en la cabeza y arrodillados en adoración ante el recién nacido, sin plantear ninguna cuestión a su respecto. Y María y José les preguntaron: ¿De dónde sois? Y ellos les contestaron: Somos de Persia. Y María y José insistieron: ¿Cuándo habéis salido de allí? Y ellos dijeron:
Ayer tarde había fiesta en nuestra nación. Y, después del festín, uno de nuestros dioses nos advirtió: Levantaos, e id a presentar vuestras ofrendas al rey que ha nacido en Judea. Y, partidos de Persia al primer canto del gallo, hemos llegado hoy a vosotros, a la hora tercera del día.
4. Y María, agarrando uno de los pañales de Jesús, se lo dio a manera de elogio. Y ellos lo recibieron de sus manos de muy buen grado, aceptándolo, con fe, como un presente valiosísimo. Y, cuando llegó la noche del quinto día de la semana posterior a la natividad, el ángel que les había servido antes de guía, se les presenté de nuevo bajo forma de estrella. Y lo siguieron, conducidos por su luz, hasta su llegada a su país.
Vuelta de los magos a su tierra
VIII 1. Los magos llegaron a su país a la hora de comer. Y Persia entera se regocijó, y se maravilló de su vuelta.
2. Y, al crepúsculo matutino del día siguiente, los reyes y los jefes se reunieron alrededor de los magos, y les dijeron: ¿Cómo os ha ido en vuestro viaje y en vuestro retorno? ¿Qué habéis visto, qué habéis hecho, qué nuevas nos traéis? ¿Y a quién habéis rendido homenaje? Y ellos les mostraron el pañal que les había dado María. A cuyo propósito celebraron una fiesta, a uso de los magos, encendiendo un gran fuego, y adorándolo. Y arrojaron a él el pañal, que se tomé en apariencia fuego. Pero, cuando éste se hubo extinguido, sacaron de él el pañal, y vieron que se conservaba intacto, blanco como la nieve y más sólido que antes, como si el fuego no lo hubiera tocado. Y, tomándolo, lo miraron bien, lo besaron, y dijeron: He aquí un gran prodigio, sin duda alguna. Este pañal es el vestido del dios de los dioses, puesto que el fuego de los dioses no ha podido consumirlo, ni deteriorarlo siquiera. Y lo guardaron preciosamente consigo, con fe ardiente y con veneración profunda.
Cólera de Herodes. La huida a Egipto
IX 1. Cuando Herodes vio que había sido burlado por los magos, y que éstos no volvían, convocó a los sacerdotes y a los sabios, y les pregunté: ¿Dónde nacerá el Mesías? Ellos le respondieron: En Bethlehem de Judá. Y él se puso a pensar en el medio de matar a Nuestro Señor Jesucristo.
2. Entonces el ángel de Dios apareció en sueños a José, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y parte para la tierra de Egipto. Se levantó, pues, al canto del gallo, y se puso en camino.
Llegada de la Sagrada Familia a Egipto.
Caída de los ídolos
X 1. Y, mientras pensaba entre sí cómo realizaría su viaje, sobrevino la aurora, y se encontró haber recorrido la mitad del camino. Y, al despuntar el día, estaba próximo a una gran aldea, donde, entre los demás ídolos y divinidades de los egipcios, había un ídolo en el cual residía un espíritu rebelde, y los egipcios le hacían sacrificios, le presentaban ofrendas, y le consagraban libaciones. Y había también un sacerdote, que habitaba cerca del ídolo, para servirlo, y a quien el demonio hablaba desde dentro de la estatua. Y, cada vez que los egipcios querían interrogar a sus dioses por ministerio de aquel ídolo, se dirigían al sacerdote., quien daba la respuesta, y transmitía el oráculo divino al pueblo de Egipto y a sus diferentes provincias. Este sacerdote tenía un bijo de treinta años, que estaba poseido por varios demonios, y que peroraba sobre todo género de cosas. Cuando los demonios se apoderaban de él, rasgaba sus vestiduras, se mostraba desnudo a todos, y acometía a la gente a pedradas. Y, en la aldea, había un asilo, puesto bajo la advocación de dicho ídolo.
2. Y, cuando Santa María y José llegaron a la aldea, y se acercaron al asilo, se apoderó de los habitantes del país un terror extremo. Y se produjo un temblor en el asilo y una sacudida en toda la tierra de Egipto, y todos los ídolos cayeron de sus pedestales, y se rompieron. Todos los grandes de Egipto y todos los sacerdotes de los ídolos se congregaron junto al sacerdote del ídolo en cuestión, y le preguntaron: ¿Qué significan este trastorno y este terremoto que se han producido en nuestro país? Y el sacerdote les respondió, diciendo: Presente está aquí un dios invisible y misterioso, que posee, oculto en él, un hijo semejante a sí mismo, y el paso de este hijo ha estremecido nuestro suelo. A su llegada, la tierra ha temblado ante su poder y ante el aparato terrible de su majestad gloriosa. Temamos, pues, en extremo, la violencia de u ataque. En este momento, el ídolo de la aldea se abatió también al suelo, hecho añicos, y su desplome hizo reunirse a todos los egipcios cerca del célebre sacerdote, el cual les dijo: Debemos adoptar el culto de este dios invisible y misterioso. Él es el Dios verdadero, y no hay otro a quien servir, porque es realmente el hijo del Altísimo.
Curación del hijo del sacerdote idólatra
XI 1. Y el hijo del sacerdote fue acometido de su accidente habitual. Y entró en el asilo en que Santa María y José se encontraban, y a quienes todo el mundo había abandonado, huyendo. Y nuestra Señora Santa María acababa de lavar los pañales de Nuestro Señor Jesucristo, y los había puesto sobre la pared del muro. Y el joven poseído sobrevino, y agarró uno de los pañales, y lo puso sobre su cabeza. Y, en el mismo instante, los demonios, bajo forma de cuervos y de serpientes, comenzaron a salir y a escapar de su boca. Y el poseído quedó curado por orden de Nuestro Señor Jesucristo. Y empezó a alabar y a dar gracias a Dios, que le había devuelto la salud.
2. Y, como su padre lo hubo encontrado libre de su enfermedad, le pregunté: ¿Qué te ha ocurrido, hijo mío, y cómo es que has sanado? Y él le contestó: Cuando el demonio se apoderé por enésima vez de mi persona, fui al asilo. Y allí encontré a una noble mujer, con un niño. Acababa ésta de lavar los pañales de su hijo, y de depositarlos en la pared del muro. Tomé uno de ellos, lo puse sobre mi cabeza, y los demonios me abandonaron, y huyeron despavoridos. Y su padre, transportado de júbilo, le advirtió: Hijo mío, es posible que ese pequeñuelo sea el hijo del Dios vivo, que ha creado los cielos y la tierra. Porque, en el momento en que ese hijo de Dios se introdujo en Egipto, todas nuestras divinidades han sido desplomadas y aniquiladas por la fuerza de su poder.
Temores de María y de José
XII 1. Y se cumplió la profecía que decía: De Egipto llamé a mi hijo.
2. Y, como María y José supiesen la caída y el aniquilamiento del ídolo, fueron presa de temor y de espanto, y se dijeron: Cuando estábamos en tierra de Israel, Herodes proyectaba matar a Jesús, y, por su causa, mató a todos los niños pequeños de Bethlehem y de sus alrededores. No hay duda sino que los egipcios, al enterarse de por qué accidente se rompió ese ídolo, nos entregarán a las llamas.
3. Y, en efecto, el rumor llegó hasta el Faraón, el cual mandó buscar al niño, pero no lo encontró. Y ordenó que todos los habitantes de su ciudad, cada uno de por sí, se pusiesen en campaña para proceder a la búsqueda, hallazgo y captura del niño. Y, cuando Nuestro Señor se acercó a la puerta de la ciudad, dos autómatas, que estaban fijados a cada lado de la puerta, se pusieron a gritar: ¡He aquí el rey de los reyes, el hijo del Dios invisible y misterioso! Y el Faraón procuró matarlo. Pero Lázaro salió fiador por él, y María y José se escaparon, y partieron de allí.
Liberación de viajeros capturados por bandidos
XIII 1. Y, después que de allí partieron, llegaron a un paraje, donde se hallaban unos bandidos, que habían robado a una caravana de viajeros, los habían despojado de sus vestiduras, y los habían atado. Y aquellos bandidos oyeron un tumulto inmenso, semejante al causado por un rey poderoso, que saliese de su capital, acompañado de caballeros, de soldados, de tambores y de clarines. Y los bandidos, acometidos de miedo y de pavor, abandonaron todo aquello de que se habían apoderado.
2. Entonces los secuestrados se levantaron, se desataron mutuamente las ligaduras, recobraron su caudal, y se marcharon. Y, viendo aproximarse a María y a José, les dijeron: ¿Dónde está el rey y señor, cuyo tren brillante y tumultuoso oyeron acercarse los bandidos, y a consecuencia de lo cual nos abandonaron, y nos dejaron libres? Y José repuso: El va a llegar sobre nuestros pasos.
Curación de una poseída
XIV 1. Y alcanzaron otra aldea, donde había una pobre mujer poseída, la cual, habiendo salido de su casa por la noche en busca de agua, vio al Maligno bajo la figura de un joven. Y puso la mano sobre él, para agarrarlo, no pudo ni aun tocarlo. Y el rebelde maldito había entrado en el cuerpo de la mujer, estableciéndose así, y manteniéndola en el estado de naturaleza, como en el día de su nacimiento.
2. Y la poseída no podía soportar sobre sí vestido alguno, ni residir en los lugares habitados. Cuantas veces se la sujetaba con cadenas o con trabas, otras tantas las rompía, y se escapaba desnuda al desierto. Y se colocaba en las encrucijadas de los caminos y en las tumbas, y tiraba piedras sobre cuantos pasaban, causando mucho enojo a las gentes de la localidad, las cuales deseaban su muerte, y su familia estaba también muy afligida.
3. Cuando María y José entraron en aquella aldea, vieron a la infeliz, sentada, desnuda y ocupada en reunir piedras. Y María tuvo piedad de su estado, y, tomando uno de los pañales de Jesús, lo echó sobre ella. Y, en el mismo instante, el demonio la abandonó precipitadamente bajo la figura de un joven, maldiciendo y gritando: ¡Malhaya yo, a causa tuya, María, y de tu hijo! Y aquella mujer quedó libre de su azote. Vuelta en sí, confusa de su desnudez, y evitando las gentes, se cubrió con el pañal de Jesús, corrió a su casa, se vistió, e hizo a los suyos un relato detallado del hecho. Y los suyos, que eran los personajes más importantes de la aldea, dieron hospitalidad a María y a José, con magnificencia generosa.
Curación de una joven muda
XV 1. Al día siguiente, María y José se despidieron de sus huéspedes, bien provistos por éstos de vituallas para el camino. Y, por la tarde de aquel día, al ponerse el sol, entraron en otra aldea, donde se celebraban unas nupcias. Y vieron una multitud de gentes reunidas, y, en medio de ellas, una desposada herida de mutismo por la astucia del demonio y la acción de encantadores perversos. Paralizados sus oídos y su lengua, la desposada no habla vuelto a recobrar el uso de la palabra.
2. Cuando María entró en la aldea, llevando en sus brazos a su hijo, la joven muda, que la vio, tomó a Jesús, lo besó, y lo apretó contra su pecho. Y un efluvio del cuerpo del niño se exhaló sobre ella, cuyos oídos se abrieron, y cuya lengua se movió, para agradecer a Dios, con alabanzas, la recuperación de su salud. Y aquella noche hubo gran alegría entre los habitantes de la aldea, que creyeron que Dios y sus ángeles hablan descendido hasta ellos.
Curación de otra poseída
XVI 1. Tres días permanecieron alli María y José, rodeados de honores y suntuosamente tratados por los novios y por las familias de éstos. Y se separaron de sus huéspedes, bien provistos por ellos de cosas útiles para el viaje, y llegaron a otra aldea, donde contaban pasar la noche, por hallarse poblada por numerosos y distinguidos habitantes. En aquella aldea, vivía una mujer de fama muy honrosa. Un día, había ido al río a lavar sus vestidos. Y, en tanto que hacía su colada, vio que no comparecía nadie por los alrededores, se despojó de su traje, y empezó a bañarse. Y el Maligno, bajo forma de serpiente, la asaltó, enlazó su cintura, se enroscó alrededor de su vientre, y todos los días, a la caída de la noche, se extendía sobre ella.
2. Cuando María se le acercó, al ver el niño que ésta llevaba en sus brazos, corrió a su encuentro, y le dijo: Oh, señora, dame a este niño, para que lo alce, y lo abrace. María se lo dio. Y, tan pronto el niño estuvo en sus brazos, el demonio respiré los espíritus de Jesús, y, bajo las miradas de todos, la serpiente huyó, y la poseía no la vio más. Y todos los asistentes alabaron al Altísimo, y aquella mujer trató espléndidamente a María y a José.
Curación de una leprosa
XVII 1. Cuando la mañana vino, la mujer vertió agua perfumada, para bañar en ella al niño Jesús. Y, después de haberlo lavado, conservé el agua del baño. Y había allí una joven, cuyo cuerpo estaba blanco de lepra. Y, como hubiese sido testigo de la curación de aquella mujer, quiso, con fe, tomar el agua que había servido para lavar a Jesús. Y, vertiendo sobre su cuerpo un poco de aquela agua, quedó purificada de su lepra. Y todos los habitantes de la aldea exclamaron: Indudablemente, María, José y el niño son dioses, y no hombres.
2. Y, en el momento en que María y José se disponían a abandonar la casa, la joven que había sido leprosa, se arrodilló ante ellos, y les dijo: Os mego, padres y señores míos, que me otorguéis ser vuestra hija y vuestra sierva, y acompañaros, porque no tengo padre, ni madre.
Curación de un niño leproso
XVIII 1. Y ellos consintieron, y la joven partió en su compañía. Y llegaron a una aldea, en cuyos contérminos estaba enclavado un castillo perteneciente a un jefe ilustre, y que tenía un pabellón exterior, destinado a recibir a los huéspedes. En él entraron María y José, y la joven pasó a ver a la esposa del señor. Y, como la encontrase lacrimosa y entristecida, le preguntó: ¿Por qué lloras? Y ella repuso: No te extrañen mis lágrimas, porque sufro un gran dolor, que a nadie puedo revelar. Mas la joven le dijo: Si me lo indicas, y me lo descubres, quizá le encuentre yo un remedio.
2. La mujer del jefe le dijo: Guarda bien este secreto, y no lo manifiestes a nadie. Estoy casada con este jefe, cuyo poder se extiende sobre un vasto territorio. Con él he vivido mucho tiempo, sin darle hijos, y, cuando, al fin, tuve uno, éste nació leproso. Y, así que él lo vio, se negó a reconocerlo, y me dijo: O lo matas, o lo entregas a una nodriza de un país lejano, para que nunca más sepa de él. Donde no, rompo toda relación contigo, y en la vida volveré a verte. No sé qué partido tomar, y mi disgusto es infinito. ¡Ah, hijo mío! ¡Ah, esposo mío! Mas la joven repuso: He encontrado a tu mal un remedio, que voy a exponerte. Porque yo también soy leprosa, y me vi purificada por Dios, que no es otro que Jesús, el hijo de Maria. La mujer le dijo: ¿Dónde está ese Dios, de que acabas de hablarme? La joven dijo: Está aquí, en tu casa. Ella dijo: ¿Cómo? ¿Aquí se encuentra? La joven dijo: Aquí se hallan María y su esposo José, y ese niño que viaja con ellos, es el que se llama Jesús, y el que me ha curado de mi mal y de mi tormento. La otra le dijo: ¿Puedo saber cómo te ha curado de tu lepra? Ella le dijo: Con mucho gusto te complaceré. La madre del niño me dio el agua que había servido para bañarlo, agua que eché sobre mi cuerpo, y que purificó mi lepra.
3. Entonces la esposa del jefe se levantó, y rogó a María y a José, con todo encarecimiento, que fuesen huéspedes suyos. E invitó a José a un gran festín, al cual fueron convidados buen golpe de hombres. Y, al día siguiente, a punto de amanecer, se levantó, y tomó agua perfumada, para bañar en ella a Jesús. Y, tomando a su hijo, lo bañó en el agua que acababa de emplear, e, instantáneamente, el niño quedó purificado de su lepra. Y ella glorificó a Dios, diciéndole: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús! ¿Cómo, con el agua en que te has bañado, purificas de la lepra a los hombres, que son de la misma raza que tú? E hizo a María presentes magníficos, y la despidió con los mayores honores.
El joven esposo librado de un sortilegio
XIX 1. De allí se dirigieron a otra aldea, en la que quisieron pasar la noche. Y entraron en el hogar de un recién casado, a quien un maleficio tenía alejado de su esposa. Y, apenas se hubieron albergado en la casa aquella noche, cesó el maleficio.
2. Y, llegada la mañana, decidieron partir. Pero el recién casado los detuvo, y les ofreció un festín espléndido.
El joven convertido en mulo
XX 1. Al día siguiente, se pusieron en camino. Y, al acercarse a otra aldea, vieron a tres mujeres que volvían a pie del cementerio, llorando. Y María dijo a la joven que los acompañaba: Pregúntales qué les ha ocurrido, y qué mal aflige su alma. La joven les transmitió la pregunta, y ellas, sin responderle, dijeron: ¿De dónde sois, y adónde vais? Porque el día ha transcurrido, y la noche ha llegado. La joven repuso: Somos viajeros, y buscamos un asilo donde pasar la noche. Y las mujeres le dijeron: Venid con nosotras, y pasaréis la noche en nuestra casa.
2. Y, habiéndolas acompañado, vieron que poseían una casa nueva, bien adornada y ricamente amueblada, en la cual los introdujeron. Y era invierno, y entonces la joven entró también, y vio a las mujeres gimiendo y llorando. Cerca de ellas había un mulo abierto de una funda de brocado, y ante el que se había colocado sésamo. Y lo abrazaron, y le dieron de comer. La joven les preguntó: Mis señoras, ¿qué hace aquí este mulo?. Y ellas, deshechas en lágrimas, le respondieron: Este mulo que ves ha sido nuestro hermano, hijo de nuestra madre, que está presente. Nuestro padre nos ha dejado una gran fortuna. No teníamos más hermano que éste, y pensábamos encontrarle una mujer, y casarlo según las leyes de la humanidad. Empero algunas perversas mujeres dadas a la hechiceda, lanzaron sobre él un sortilegio.
3. Y ello ocurrió una noche, poco antes de amanecer, mientras dormíamos, y mientras las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa estaban cerradas. Cuando la mañana vino, miramos y reconocimos que nuestro hermano no estaba cerca de nosotras. Se había metamorfoseado en este mulo, que sabemos es él. Y, como no tenemos ya padre que nos consuele en tan acerbo disgusto, nos hallamos en la aflicción de que eres testigo. No hay sabio, mago o encantador, que no hayamos consultado. Pero esto de nada nos ha servido. Y, cuantas veces el corazón nos oprime con más fuerza que otras, vamos con nuestra madre a florar sobre la tumba de nuestro padre, y después volvemos.
El mulo transformado en hombre
XXI 1. Al oír el relato de aquellas mujeres, la joven les dijo: Consolaos, y no lloréis. El remedio a vuestro mal está próximo, puesto que está bien cerca de vuestra misma casa. Porque yo misma en persona he sido leprosa. Pero, habiendo visto a una mujer llamada María con su pequeñuelo, llamado Jesús, un día que su madre acababa de bañarlo, tomé agua de su baño, la derramé sobre mi cuerpo, y quedé curada. Sé, por consiguiente, que posee el poder de remediar vuestro mal. Levantaos, pues, id al encuentro de Nuestra Señora Santa María, traedla a vuestra casa, descubridle vuestro secreto, y suplicadle que tenga piedad de vosotras.
2. Cuando las mujeres hubieron escuchado el discurso de la joven, salieron presurosas al encuentro de Nuestra Señora Santa María, la llevaron a su casa, y, arrodilladas en su presencia, le dijeron, llorando: ¡Oh Nuestra Señora Santa María, compadécete de tus siervas! No tenemos ningún pariente de edad, ni jefe de familia, ni padre, ni hermano, que nos proteja. Este mulo que ves, es nuestro hermano, y no un animal. Malvadas brujas lo han reducido con sus maleficios al estado en que hoy se encuentra. Te rogamos que tengas compasión de nosotras. Y Nuestra Señora Santa María, conmovida ante su desgracia, tomó a Jesús, y lo puso sobre el lomo del mulo. Ella lloraba, y las mujeres también. Y María dijo: Jesús, hijo mío, haz que la poderosa virtud oculta en ti obre sobre este mulo, y le devuelva la naturaleza humana que tenía otrora.
3. Y, en el mismo instante, el mulo cambió de forma, recobró su figura prístina, y se convirtió en el joven exento de toda enfermedad, que antes era. Entonces él, su madre y sus hermanas, se prosternaron ante María, pusieron el niño sobre sus cabezas, y lo abrazaron, diciendo: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús, salvador del mundo! ¡Bienaventurados los ojos que han alcanzado el favor de mirarte!
Unión de dos jóvenes curados por Jesús
XXII 1. Y las dos hermanas dijeron a su madre: He aquí que nuestro hermano ha vuelto al estado normal, por el socorro de Jesús, y gracias a esta joven que nos ha hecho conocer a María y a su hijo. Ahora bien: nuestro hermano no está casado, y el mejor partido que podemos tomar con él es unirlo a esta joven, que está al servicio de esta familia. E interrogaron a María sobre el asunto, y ella accedió a su demanda. Y celebraron con magnificencia las bodas de la joven, y la alegría de las tres mujeres ocupó el lugar de su anterior angustia. Y convirtieron sus lamentaciones en cánticos de fiesta. Y dijeron, gozosas: Jesús, el hijo de María, ha transformado el duelo en júbilo.
2. María y José permanecieron allí diez días. Y después se alejaron, colmados de testimonios de respeto y de veneración por aquellas personas, que los despidieron con pesar, y que, tras los adioses, volvieron a su casa deshechas en lágrimas, sobre todo la joven.
Los dos bandidos
XXIII 1. Partidos de allí, llegaron a una tierra desierta, y oyeron decir que no era segura, porque había en ella bandidos. Sin embargo, María y José se decidieron a atravesar aquel país durante la noche. Y, mientras marchaban, advirtieron que, al borde del camino, comparecían dos bandidos, apostados y destacados por sus compañeros, que dormían un poco más allá, para guardar el camino. Estos dos bandidos que acababan de encontrar se llamaban Tito y Dumaco. Y el primero dijo al segundo: Déjales el camino libre, para que pasen, y que nuestros compañeros no lo noten. Dumaco no consintió en ello. Entonces Tito le dijo: Te daré mi parte de cuarenta dracmas si me complaces. Y le presentó su cinturón como garantía, para decidirlo a callarse.
2. Y, cuando María vio la noble conducta de aquel bandido hacia ellos, le dijo: El Señor Dios te protegerá con su diestra, y te concederá el perdón de tus pecados. Y Jesús tomó la palabra, y dijo a María: ¡Oh madre mía, dentro de treinta años, los judíos me crucificarán en la ciudad de Jerusalén, y, conmigo, crucificarán a estos dos bandidos, Tito a mi derecha, y Dumaco a mi izquierda! Y, en el día aquel, Tito me precederá en el paraíso. Y María repuso: ¡Esto os sea recompensado, hijo mío!
3. De allí se dirigieron a la ciudad de los ídolos. Y, cuando se aproximaron a ella, la ciudad fue víctima de un terremoto y convertida en colinas de arena.
La Sagrada Familia en Matarieh
XXIV 1. De allí se dirigieron al sicómoro que se llama hoy día Matarieh.
2. Y, en Matarieh, el Señor Jesús hizo brotar una fuente, en que Santa Maria le lavó su túnica. Y el sudor del Señor Jesús, que ella escurrió en aquel lugar, hizo nacer allí bálsamo.
La Sagrada Familia en Misr
XXV 1. De allí pasaron a Misr. Y vieron al Faraón, y habitaron en el país de Misr durante tres años.
2. Y el Señor Jesús realizó, en el país de Misr, numerosos milagros, que no figuran en los Evangelios de la infancia, ni en los Evangelios completos.
Regreso a Nazareth
XXVI 1. Al cabo de tres años, volvieron a Misr. Y, cuando ganaron la tierra de Judea, José temía pasar adelante, por haber sabido que Herodes había muerto, y que su hijo Arquelao lo había sucedido como rey del país. Entonces el ángel del Señor le apareció, y le dijo: José, vete a la villa de Nazareth, y permanece allí.
2. ¡Oh sorprendente milagro, que haya sido llevado y paseado a través de los países, como quien no tiene morada, ni albergue, el dueño de todos los países y el pacificador de los mundos y de las criaturas!
Epidemia en Bethlehem. Curación de un niño
XXVII 1. Y, cuando entraron en la villa de Bethlehem, había allí numerosos casos de una enfermedad grave, que atacaba a los niños en los ojos, y de la que morían.
2. Y una mujer, que tenía un hijo enfermo y próximo ya a la muerte, lo llevó a Santa María, a quien vio ocupada en bañar a Jesús, y a quien dijo: ¡Oh María, mi señora, mira cuán cruelmente sufre este fruto de mis entrañas! ¿No tendrá el Señor misericordia de él?
3. Y, una vez hubo María retirada a Jesús del agua en que lo había lavado, respondió a la mujer en estos términos: Toma un poco de este agua en que acabo de bañar a mi hijo, y échala sobre el tuyo. Y la mujer lo hizo así, y lavó con aquella agua a su hijo, que cesó de agitarse, y lo envolvió en su vestidito, y lo adormeció. Y el niño se despertó en plena y perfecta salud. Y aquella mujer glorificó a Dios y a Jesús, y, llena de júbilo, llevó a su hijo a la Virgen, que le dijo: Da gracias al Señor, que te ha curado este niño.
Curación de otro niño
XXVIII 1. Y había allí otra mujer, vecina de aquella cuyo hijo había sido curado, y que tenía también un hijo atacado de la misma enfermedad. Sus ojos habían dejado de ver, y, con vivo dolor y sin interrupción alguna, gritaba de noche y día. Y la madre del niño curado dijo a la otra: ¿Por qué no lo llevas a casa de María, como yo llevé al mío, que estaba muy enfermo, y más cerca de la muerte que de la vida? En casa de María, tomé agua de las abluciones de su hijo Jesús, lavé con ella al mío, lo adormecí, y, después del sueño, despertó curado. Helo aquí: míralo.
2. La vecina que tal oyó, marchó asimismo a casa de María, y con fe tomó el agua, lavó con ella a su hijo, y pronto cesaron los vivos dolores que sentía, y se durmió, quedando como un muerto, porque hacía muchísimos días que no dormía. Al despertar, se levantó sano, y sus ojos habían recobrado la vista. La madre, henchida de gozo, alabó al Señor, tomó a su hijo, y lo llevó a María, a quien descubrió todo lo que acababa de suceder. Y María le dijo: Da gracias a Dios, por haberlo restablecido, y no hables de este caso a nadie.
Curación de Cleopas. Rivalidad de dos madres
XXIX 1. Y había también, en aquel lugar, dos mujeres casadas con un mismo hombre. Cada una de ellas tenía un hijo, y los dos niños sufrían mucho. Y una de aquellas dos mujeres se llamaba María, y su hijo Cleopas. Y, tomando a su hijo, fue a casa de la madre de Jesús, y le regaló un hermoso velo, diciéndole: ¡Oh María, mi Señora, recibe este velo, y dame, en cambio, uno solo de los pañales de tu hijo. Y María lo hizo, y la madre de Cleopas marchó, y, de aquel pañal, hizo una túnica, con la que vistió a su hijo, el cual quedó inmediatamente libre de su mal. Y el hijo de su rival, llamada Azrami, murió, lo que produjo enemistad entre ambas. Porque Azrami cobré aversión y horror a María, viendo que el hijo de ésta estaba vivo y sano, mientras que el suyo habla muerto.
2. Y las dos mujeres tenían la costumbre de hacer el menaje de la casa alternativamente, cada una durante una semana. Y, cuando le tocó el turno a María, se apresté a cocer el pan. Y encendió el horno, y marchó a buscar la masa. Azrami, advirtiendo que nadie la veía, corrió a buscar al niño, que estaba solo en aquel momento, y lo arrojó al horno, y se alejé de allí. Y, cuando María volvió, hallé a su hijo, riendo en medio del horno a que se le había echado, y al horno frío ya como la nieve, cual si no se hubiese puesto en él fuego alguno. Entonces la madre del niño comprendió que era su rival quien lo había lanzado a las llamas. Y, sacando a Cleopas del horno, fue a casa de la Virgen, a quien conté el caso. Y la Virgen le dijo: Tranquilízate, porque esto redundará en ventaja tuya, y no hables del caso a nadie. El no callarlo no te servirá de nada, y aun temo por ti, si se divulga.
3. Y ocurrió a poco que, yendo Azrami al pozo a buscar agua, vio a Cleopas, que jugaba por allí cerca. Nadie comparecía por los contornos. Y, tomando al niño, lo precipitó al pozo, y regresó a su casa. Cuando otras gentes llegaron al pozo a hacer su provisión de líquido, vieron al muchacho, que se recreaba, daba vagidos, y se reía, sentado sobre el agua. Y bajaron al pozo, y lo sacaron de él. Y, poseídos de admiración extremada por el pequeñuelo, glorificaron a Dios. Mas su madre, que sobrevino, lo tomé, y lo llevó, llorando, a la Virgen, a quien dijo: Ve, madre mía, lo que mi rival ha hecho con mi hijo, y cómo lo ha precipitado al pozo. Es inevitable que acabe por hacerlo perecer. Pero la Virgen le contestó: Cálmate, porque muy pronto Dios te librará de ella, te hará justicia, y te vengará. Y, en efecto, como a los pocos días, Azrami, fuese a tomar agua del pozo, sus pies se enredaron en la cuerda, y cayó al fondo. Y las gentes que llegaron a sacarla, la encontraron con la cabeza triturada y los huesos rotos. Así murió de mala muerte, y en ella se cumplió lo que habla escrito David: Han cavado un pozo, lo han hecho profundo, y han caído en el hoyo que ellos mismos han abierto.
Curación de Tomás Dídimo (o de Bartolomé)
XXX 1. Y había allí otra mujer, que tenía dos hijos gemelos. Ambos a dos contrajeron una enfermedad. El uno había muerto, y el otro agonizaba. Y la madre tomé al último florando, y lo llevé a Nuestra Señora Santa María, a quien dijo: ¡Oh María, mi Señora, ven en mi ayuda, y socórreme! Yo tenía dos hijos gemelos y, en la hora de ahora, he enterrado al uno, y el otro está a punto de morir. Escucha la plegaria y la súplica que voy a dirigir a Dios. Y, deshecha en lágrimas, tomó a su hijo en sus brazos, y se puso a decir: ¡Oh Señor, tú que eres tierno para los hombres y no implacable, bueno y no inflexible! ¡Oh Señor, amante de los hombres, clemente, misericordioso y santo, haz justicia a tu sierva! Tú me has dado dos hijos, y me has quitado uno. Déjame, al menos, el que me queda.
2. A la vista de aquel ardiente llanto, Santa María tuvo piedad de ella, y le dijo: Deposita a tu hijo sobre el lecho del mío, y cúbrelo con los vestidos de este último. Y ella lo deposité sobre el lecho en que estaba el Cristo. El niño tenía ya los ojos cerrados, como para abandonar la vida. Mas, cuando el olor de los efluvios que emanaban de los vestidos del Cristo hubo llegado al pequeñuelo, éste aspiré un espíritu de vida nueva, abrió los ojos y, dando un gran grito, exclamó: ¡Madre, dame el pecho! Y ella se lo dio, y el niño lo chupó. Y su madre dijo a Nuestra Señora Santa María: Yo sé ahora que la virtud de Dios reside en ti hasta punto tal, que tu hijo tiene el poder de curar a sus semejantes por el simple contacto con sus vestidos. Y el niño curado de aquel modo era el que el Evangelio llama Tomás, apodado Dídimo por los demás apóstoles.
Curación de una leprosa
XXXI 1. Y había allí también una mujer atacada de la lepra y de la sarna. Y fue a casa de María, y le dijo: ¡Oh María, mi Señora, ven en mi ayuda! María le dijo: ¿Qué socorro necesitas? ¿Plata? ¿Oro? ¿O que tu cuerpo sea purificado de la lepra y de la sarna? La mujer le dijo: ¿Y quién tiene el poder de darme esto? María le dijo: Ten la paciencia de esperar a que mi hijo Jesús haya salido del baño.
2. Y la mujer esperó pacientemente, como María le había dicho. Y, cuando Jesús fue sacado del baño, en que se lo había lavado, María lo fajó, y lo colocó en su cuna. Y dijo a la mujer: Toma un poco de este agua, y viértela sobre tu cuerpo. Y, habiéndolo hecho, al instante quedé libre de su azote, y rindió a Dios alabanzas y acciones de gracias.
Curación de otra leprosa
XXXII 1. Después de haber permanecido tres días con María, la mujer regresó a su aldea, donde había un señor, que tenía una hija casada con otro señor de otro país. Y, al poco tiempo de las bodas, el marido notó en su esposa huellas de lepra semejantes a una estrella. Y el matrimonio fue roto y declarado nulo, a causa de la señal morbosa que apareciera en la cuitada. Y su madre empezó a llorar con amargura, y la joven lloraba también. Cuando aquella mujer las vio en tal situación, abrumadas de pena y vertiendo lágrimas les preguntó: ¿Cuál es la causa de vuestro llanto? Y ellas respondieron: No nos interrogues sobre nuestra situación. Nuestro disgusto es algo de que no podemos hablar a nadie, y que debe quedar entre nosotras. La mujer repitió su pregunta con insistencia, y les dijo: Descubrídmelo, que quizá os indicaré el remedio. Y ellas le mostraron las huellas de lepra que se advertían en el cuerpo de la joven.
2. Habiendo oído y visto todo esto, la mujer les dijo: Yo también era leprosa, y habiendo ido a Bethlehem para un asunto, entré en casa de una mujer llamada María, que tiene un hijo llamado Jesús, el cual es hijo de Dios. Y, como notase que era leprosa, se compadeció de mi suerte, y me dio el agua que había servido para bañar a su hijo, agua que vertí sobre mi cuerpo, quedando en seguida curada de mi mal. Y ellas le dijeron: ¿Estás dispuesta a partir con nosotras, y ponernos en relación con María? Ella repuso: De buen grado. Y las tres mujeres se levantaron, y fueron a ver a María, llevando consigo ricos presentes.
3. Y, llegado que hubieron a Bethelehem, ofrecieron sus presentes a María, y le mostraron la leprosa que las acompañaba. Y María les dijo: ¡Descienda sobre vosotras la misericordia de Jesucristo! Y dio a la hija del señor el agua de las abluciones de Jesús. Y la joven se lavé con ella, y, tomando un espejo, se miró, y vio que estaba completamente curada. Y las favorecidas y los demás asistentes al milagro dieron gracias a Dios. Después, las dos mujeres volvieron gozosas a su país, glorificando al Altísimo, por el beneficio que les concediera. Y, cuando el marido supo que su esposa estaba completamente curada, la hizo volver a él, celebró por segunda vez sus nupcias, y alabé al Señor por la merced recibida.
La joven obsesionada por el demonio
XXXIII 1. Y había asimismo allí una joven, de padres nobles, de cuyo ser el demonio se había posesionado. El maldito le aparecía en todo momento, bajo la forma de un dragón enorme, y marcaba la mueca de que iba a devorarla. Y chupaba toda su sangre, y ponía su cuerpo como tostado, y la dejaba como muerta. Cuando él se le aproximaba, ella juntaba sus manos sobre su cabeza, y gritaba, diciendo: ¡Malhaya yo! ¿Quién me librará de este dragón perverso? Sus padres lloraban en su presencia misma. Cuantos oían sus gritos dolorosos, se apiadaban de su desgracia. Numerosas personas se agrupaban en torno suyo, lamentando su pena, sobre todo al oírla decir, entre lágrimas: Padres, hermanos, amigos, ¿no hay nadie que pueda sacarme de las garras de este enemigo verdugo?
2. Y, cuando la hija del señor, la que había sido curada de la lepra, oyó la voz de aquella muchacha, subió a la terraza de su castillo, y la vio con las manos juntas sobre la cabeza, y llorando, y, a la multitud que la rodeaba, llorando también. Y la hija del señor tomó la palabra, y preguntó a su marido: ¿Cuál es la historia de esa joven? Y el marido le respondió, explicándole el caso de la infeliz. Y su esposa le preguntó: ¿Tiene todavía padres? Él respondió: Ciertamente, tiene todavía padre y madre. Y ella dijo: Por el Dios vivo te conjuro a que envíes a buscar a su madre. Y él se la trajo. Cuando la hubo visto, la hija del señor la interrogó diciendo: ¿Es tu hija esta joven obsesionada por el demonio? La pobre le contestó con tristeza y llorando: Sí, señora, es mi hija. Y la otra le dijo: ¿Quieres que tu hija sane? La madre de la joven dijo: Lo quiero. Y la hija del señor le dijo: Guárdame el secreto. Has de saber que yo también he sido leprosa, y que logré mi curación por intermedio de una mujer llamada María, madre de Jesús, que es el Cristo. Ve a Bethlehem, la aldea de David, el gran rey, y entrevístate con María, y expónle tu caso. Ella curará a tu hija, y estáte segura de que volverás de la visita llena de júbilo.
3. Y la madre de la joven se despidió de la hija del señor, y fue a Bethlehem con la suya. Allí encontró a María, y le hizo conocer el estado de la joven. Después de haberla oído, María le dio el agua de las abluciones de Jesús, y le ordenó que lavase con ella el cuerpo de su hija. Y también le dio uno de los pañales de Jesús, diciéndole: Toma este pañal, y cada vez que tu hija vea a su enemigo, mostrádselo. Y las despidió amistosamente.
Liberación de la poseída
XXXIV 1. Y las dos mujeres regresaron a su aldea. Y llegó el instante en que la joven estaba sujeta a su visión, y en que el demonio se disponía a acometerla. Y el maldito se presentó a sus ojos bajo su figura habitual de dragón, y la joven sintió pavor, y dijo: Madre, he aquí mi malvado enemigo, que va a asaltarme. Tengo mucho miedo. Su madre le dijo: No temas sus arañazos, hija mía. Espera a que se acerque, muéstrale el pañal que nos ha dado Santa María, y sabremos lo que ocurre.
2. Y la joven, viendo que su enemigo se aproximaba bajo la forma de un dragón enorme y de aspecto horrible, empezó a temblar con todos sus miembros. Y, cuando más cerca estaba de ella, desplegó el pañal, y, habiéndolo puesto sobre su cabeza, vio salir de él llamas ardientes y carbones abrasados, que se proyectaban sobre el dragón. ¡Oh prodigio brillante el que entonces se produjo! En el momento mismo en que el dragón dirigió su mirada al pañal de Jesús, salió de éste el fuego, que lo hirió en la cabeza, en los ojos y en la faz, haciéndolo aullar y dar alaridos terribles. Y, con voz estridente, gritó diciendo: ¿Qué quieres, Jesús, hijo de María? ¿Cómo podré escapar de ti? Y tomó la fuga, desapareció, y no se lo vio más. Y la joven recobró la paz de su espíritu, y pasó de la angustia al júbilo. Y, a partir de aquel día, no volvió a visitarla la visión horrorosa.
El demonio expulsado de Judas Iscariotes
XXXV 1. Cuando Jesús tenía tres años de edad, había, en aquel país, una mujer, cuyo hijo, llamado Judas, estaba poseído del demonio. Y, cada vez que éste lo asaltaba, Judas mordía a cuantos se acercaban a él, y, si no encontraba a nadie a su alcance, se mordía las manos y los demás miembros de su cuerpo. Cuando la madre de este desventurado supo que Jesús había curado muchos enfermos, llevó su hijo a María. Pero, en aquel momento, Jesús no estaba en casa, por haber salido, con sus hermanos, a jugar con los otros niños.
2. Y, así que estuvieron en la calle, se sentaron todos, y Jesús con ellos. Judas, el poseído, sobrevino, y se sentó a la derecha de Nuestro Señor. Su obsesión lo invadió de nuevo, y quiso morder a Jesús. No pudo, pero lo golpeó en el costado derecho. Jesús se puso a llorar, y, en el mismo instante y ante los ojos de varios testigos, el demonio que obsesionaba a Judas lo abandonó bajo la forma de un perro rabioso. Y aquel muchacho que pegó a Jesús, y de quien salió el demonio, era el discípulo llamado Judas Iscariotes, el que entregó a Nuestro Señor a los tormentos de los judíos. Y el costado en que Judas lo golpeó fue el mismo que los judíos atravesaron con una lanza.
Las figurillas de barro
XXXVI 1. Un día, cuando Jesús había cumplido los siete años, jugaba con sus pequeños amigos, es decir, con niños de su edad. Y se entretenían todos en el barro, haciendo con él figurillas, que representaban pájaros, asnos, caballos, bueyes, y otros animales. Y cada uno de ellos se mostraba orgulloso de su habilidad, y elogiaba su obra, diciendo: Mi figurilla es mejor que la vuestra. Mas Jesús les dijo: Mis figurillas marcharán, si yo se lo ordeno. Y sus pequeños camaradas le dijeron: ¿Eres quizá el hijo del Creador?
2. Y Jesús mandó a sus figurillas marchar, y en seguida se pusieron a dar saltos. Después, las llamó, y volvieron. Y había hecho figurillas que representaban gorriones. Y les ordenó volar, y volaron, y posarse, y se posaron en sus manos. Y les dio de comer, y comieron, y de beber, y bebieron. Y, ante unos jumentos que hiciera, puso paja, cebada y agua. Y ellos comieron y bebieron. Los niños fueron a contar a sus padres todo lo que había hecho Jesús. Y sus padres les prohibieron para en adelante jugar con el hijo de María, diciéndoles que era un mago, y que convenía guardarse de él.
Jesús en casa del tintorero
XXXVII 1. Otro día en que Jesús se paseaba y se divertía con varios niños de su edad, pasó por el taller de un tintorero llamado Salem. Y este tintorero tenía, en su taller, muchos trajes que pertenecían a las gentes de la población, y que se proponía teñir.
2. Y, habiendo entrado en el taller del tintorero, tomó todos aquellos trajes, y los echó en una tina de índigo. Cuando Salem el tintorero volvió, y vio todos aquellos trajes deteriorados, se puso a gritar con voz estentórea, y, agarrando a Jesús, le dijo: ¿Qué me has hecho, hijo de María? Me afrentarás ante todas las gentes de la población. Cada uno desea un color a su gusto, y tú has venido a estropear la obra. Y Jesús le dijo: Cambiaré a cada traje el color que quieras darle. Y, acto seguido, Jesús se puso a sacar de la tina los trajes, cada uno, hasta el último, con el color que deseaba el tintorero. Y los judíos, a la vista de prodigio tamaño, glorificaron a Dios.
Jesús en el taller de José
XXXVIII 1. A veces, José llevaba a Jesús consigo, y circulaba por toda la población. Porque ocurría que las gentes, a causa de su arte, lo llamaban, para que les hiciera puertas, cubos para ordeñar, asientos o cofres. Y Jesús lo acompañaba por doquiera iba.
2. Y, cada vez que se necesitaba prolongar o recortar algún objeto, alargarlo o restringirlo, fuese en un codo o en un palmo, Jesús extendía su mano hacia el objeto, y la cosa quedaba hecha como deseaba José, sin que éste tuviese que poner la mano en ello. Porque José no era hábil en el oficio de carpintero.
El trozo de madera alargado
XXXIX 1. En cierta ocasión, el rey de Jerusalén llamó a José, y le dijo: José, quiero que me hagas un lecho suntuoso, cuyas dimensiones sean exactamente iguales a las del salón en que tengo mis asambleas. José repuso: ¡A tus órdenes! E, inmediatamente, se puso a fabricar el lecho, y permaneció dos años en el palacio del rey, antes de terminarlo. Mas, cuando quiso colocarlo en su sitio, se encontró con que una de las piezas era dos palmos más corta, en todos los sentidos, que la pieza simétrica. A la vista de esto, el rey montó en cólera contra él. Y José, en el exceso de temor que el rey le inspiraba, pasó la noche en ayuno, sin tomar ningun alimento.
2. Y Jesús le preguntó: ¿De qué tienes miedo? José contestó: He aquí que he perdido todo el trabajo de dos años. Jesús le dijo: No te empavorezcas, ni te espantes. Y, tomando uno de los extremos de la pieza, añadió: Toma tú el otro extremo. Y Jesús suspendió la pieza, y la hizo igual a la pieza gemela, diciendo a José: Haz ahora lo que te plazca. Y José comprobó que el lecho se hallaba en buen estado y a medida del local. Ante cuyo prodigio los asistentes quedaron llenos de estupor, y alabaron a Dios.
3. Y la madera que sirvió para hacer aquel lecho, era madera de esencias y de cualidades diferentes, como la empleada en la construcción del templo, por el rey Salomón, hijo de David.
Los niños convertidos en machos cabríos
XL 1. En otra ocasión, Jesús había salido por las calles. Y, habiendo visto a algunos niños, que se habían reunido para jugar, se dirigió a ellos. Pero los niños, al advertir que se les acercaba, huyeron de él, y se ocultaron en un horno. Jesús los siguió, se detuvo a la puerta de la casa, y, viendo a unas mujeres, les preguntó dónde habían ido los niños. Y las mujeres respondieron: No hay aquí uno solo. Él les dijo: Y los que están en el horno, ¿quiénes son? Las mujeres le dijeron: Son machos cabríos de tres años. Y Jesús exclamó: Salgan afuera, cerca de su pastor, los machos cabríos que en el horno están. Y del horno salieron cabritillos, que saltaban y brincaban, jugueteando, alrededor de Jesús. Testigos de este espectáculo, las mujeres, presa de admiración y de pavor, corrieron a prosternarse en súplica ante Jesús, diciéndole: ¡Oh Señor Nuestro, Jesús, hijo de María! Tú eres, en verdad, el buen pastor de Israel. Ten piedad de tus siervas, que están en tu presencia, y que no dudan de ti. ¡Oh Señor nuestro, tú has venido a curar, y no a hacer perecer!
2. Y Jesús les respondió: Los hijos de Israel están colocados, entre los pueblos, en el mismo rango que los negros. Porque los negros merodean por los flancos de los rebaños descarriados, e importunan a los pastores, y lo mismo hace el pueblo de Israel. Y las mujeres dijeron: Señor, tú sabes todas las cosas, y nada te está oculto. Pero los hijos de Israel nunca más te huirán, ni se esconderán de ti, ni te importunarán. Rogámoste, y esperamos de tu bondad, que tornes a esos niños, servidores tuyos, a su condición primera. Y Jesús gritó: Corred aquí, niños, y vamos a jugar. Y, en el mismo instante, los cabritillos recobraron su forma, y se convirtieron en muchachos, ante los ojos de aquellas mujeres. Y, a partir de aquel día, no les fue ya posible a los niños huir de Jesús. Y sus padres les advirtieron de ello, diciéndoles: Cuidad de hacer todo lo que os diga el hijo de María.
Jesús en papel de rey
XLI 1. Cuando llegó el mes de adar, Jesús congregó a los niños alrededor suyo, y les dijo: Démonos un rey. Y los apostó sobre el camino grande. Y ellos extendieron sus vestidos en el suelo, y Jesús se sentó encima. Y tejieron una corona de flores, y la pusieron sobre su cabeza, a guisa de diadema. Y se colocaron junto a él, formados en dos grupos, a derecha e izquierda, como chambelanes que se mantienen a ambos lados del monarca.
2. Y a quienquiera pasaba por el camino, los niños lo atraían a la fuerza, y le decían: Prostérnate ante el rey, ve lo que desea, y después prosigue tu marcha.
Curación de Simón, mordido por una serpiente.
Dos prodigios más
XLII 1. Mientras tanto, he aquí que se aproximaron a aquel sitio varias personas, que transportaban a un niño de quince años, llamado Simón. Este niño había ido con otros a la montaña para recoger leña. Y, en la montaña, encontró un nido de gorriones, y extendió la mano para coger los huevos. Y una serpiente venenosa, que se encontraba en el nido, lo mordió. Y pidió socorro, y, cuando sus compañeros llegaron, lo vieron yacente en tierra como un muerto. Y sus padres lo llevaban para conducirlo a Jerusalén a que lo viese un médico.
2. Al pasar frente al grupo de niños, en que Jesús se encontraba ejerciendo su papel de rey, con sus compañeros en torno suyo, semejantes a servidores, éstos dijeron a los portadores del niño: Venid a ver lo que el rey desea de vosotros, y saludadlo. Pero ellos se negaron a ir, a causa del disgusto que experimentaban. Entonces los niños los arrastraron violentamente y a pesar suyo.
3. Los padres de Simón lloraban, porque el niño andaba muy mal de su mordedura, y tenía el brazo inflamado y tumefacto. Cuando llegaron cerca de Jesús, éste les preguntó: ¿Por qué lloráis? Y ellos respondieron: A causa de este nuestro hijo, que, habiendo ido a buscar nidos de gorriones, fue mordido por una serpiente. Y Jesús dijo a todos: Venid conmigo a matar la serpiente. Mas los padres del niño dijeron: Déjanos marchar, porque nuestro hijo está a punto de morir. Los camaradas de Jesús replicaron: ¿Os negáis a obedecer, después de haber oído lo que el rey ha ordenado? Vamos a matar la serpiente. Y, sin otro permiso, emprendieron la subida a la montaña.
4. Cuando llegó cerca del nido, Jesús preguntó a los padres: ¿Es aquí donde se encuentra la serpiente? Y ellos respondieron: Sí. Entonces Jesús llamó a la serpiente, que salió sin retardo, y se humilló ante él, que le dijo: Ve a chupar el veneno que has inyectado a ese niño. Y la serpiente se arrastró hasta éste, y le chupó todo su veneno. Y Jesús la maldijo, y la serpiente reventó. Y puso su mano sobre el pequeño, que, aun viéndose curado empezó a llorar. Mas Jesús le dijo: No llores, que con el tiempo serás mi discípulo. Y este discípulo era el mismo de que habla el Evangelio, y que los apóstoles llamaron Simón Zelote o Qananaia, a causa de aquel nido de gorriones, en el cual una serpiente lo había mordido.
5. Poco después, llegó un hombre de Jerusalén. Y los niños fueron a él, y lo detuvieron, diciéndole: Ven a saludar a nuestro rey. Y, cuando el hombre obedeció, Jesús observó que llevaba enroscada al cuello una serpiente, la cual, tan pronto lo sofocaba, como aflojaba sus anillos. Jesús le preguntó: ¿Cuánto tiempo hace que esa serpiente está en tu cuello? El hombre respondió: Hace tres años. Jesús añadió: ¿De dónde cayó sobre ti? El hombre contestó: Yo le hice una buena acción, y ella me la devolvió con otra mala. Jesús insistió: ¿De qué manera le hiciste bien, y ella te lo pagó con mal? El hombre repuso: La encontré en invierno, aterida de frío. La puse en mi pecho, y, llegado a mi casa, la metí en un cántaro de tierra, cuya abertura cerré. Y, cuando abrí el cántaro, para sacarla de allí, se lanzó a mi cuello, y en él se enroscó. Me atormenta, me estrangula, y no puedo librarme de ella. Y Jesús dijo: Has obrado mal, sin saberlo. Dios ha creado a la serpiente para vivir en el polvo de la tierra, y tener alternativamente frío y calor. De ti dependía que hubiese seguido viviendo en el polvo de la tierra, conforme a la voluntad divina. Pero la has agarrado, llevado contigo, y encerrado en un cántaro, sin darle alimento. No has procedido bien al respecto suyo. Y Jesús dijo a la serpiente: Baja de donde estás, y vete a vivir en el suelo. Y la serpiente obedeció, y se desprendió del cuello del hombre, que dijo: En verdad, tú eres rey, el rey de los reyes, y todos los encantadores y todos los espíritus rebeldes reconocen tu imperio, y te obedecen.
6. Advino en seguida un joven montado sobre un asno, y acompañado de un viejo, que, llorando, lo sostenía. Y, Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo: ¿Qué tienes, viejo, que así lloras? ¿Cuál es la causa de tus lágrimas? Y el viejo dijo: ¿Cómo no llorar y atormentarme? Este hijo mío era quien a mí y a su madre, también anciana, nos sustentaba y nos servía. Pero unos ladrones lo han asaltado, desvalijado, golpeado, herido, y después se han marchado, dejándolo por muerto. Y Jesús sintió compasión por el viejo, y puso su mano derecha sobre el joven, que inmediatamente quedó curado de sus heridas, se apeó del asno, se puso en marcha por su propio pie, y regresó a su hogar con su progenitor.
Jacobo mordido por una víbora
XLIII 1. Otra vez, José mandó a su hijo Jacobo a buscar leña al bosque, y Jesús partió en su compañía. Cuando llegaron al sitio en que la leña se encontraba, Jacobo se puso a recogerla. Y he aquí que una mala víbora lo mordió en la mano, y el niño empezó a gritar y a llorar.
2. Y Jesús, viéndolo en aquel estado, se acercó a él, y sopló sobre la moderdura, que quedó cicatrizada. Y la víbora se desecó, y Jacobo se encontró sano y salvo.
Resurrección de Zenón, caído de una azotea
XLIV 1. Algunos días más tarde, Jesús jugaba con otros niños en la azotea de una casa. Uno de ellos cayó al suelo, y murió instantáneamente. Y los niños se dijeron los unos a los otros: ¡Ea! Digamos que quien lo ha tirado es Jesús, el hijo de María. Y huyeron todos, y Jesús quedó solo en la azotea. Cuando los padres del niño llegaron, dijeron a Jesús: Tú eres quien ha tirado a nuestro hijo desde lo alto de la azotea. Y él les respondió: No soy yo quien lo ha tirado. Mas ellos se pusieron a gritar, diciendo: Nuestro hijo ha muerto, y tú eres su matador.
2. Y Jesús, María y José fueron detenidos por la muerte de aquel niño, y se los condujo a la presencia del gobernador. Y ante éste depusieron los niños contra Jesús, como si hubiera sido él quien tirara al niño de la azotea. Y el gobernador dijo: Ojo por ojo, diente por diente, vida por vida. Cuando le tocó declarar a Jesús, respondió al juez en estos términos: No se me impute tan mala acción. Y, si no me crees, ¿bastará con que interroguemos al niño, para que manifieste la verdad? Si yo resucito a ese niño, y si él dice que no he sido yo quien lo ha tirado, ¿qué harás con los que han dado falso testimonio contra mí? El juez respondió, y dijo a Jesús: Si haces eso, tú serás absuelto, y los otros serán condenados. Entonces Jesús, acompañado del juez y de gran multitud, fue hasta donde estaba el niño muerto, y, colocándose cerca de su cabeza, gritó en alta voz: Zenón, Zenón, ¿quién te ha tirado de la azotea? ¿He sido yo? Y el muerto respondió, diciendo: ¡Perdón, Señor Jesús! Tú no me has tirado, y ni siquiera estabas allí, cuando me tiraron mis compañeros. Estos niños que han depuesto mentirosamente contra ti son los que me tiraron, y yo he caído. Entonces Jesús se aproximó a Zenón, lo tomó por la cabeza, lo irguió sobre sus pies, y dijo a los asistentes: ¿Habéis oído y visto? Y los adversarios de Jesús quedaron cubiertos de oprobio, y los espectadores, sorprendidos, se admiraron de prodigio tamaño, y alabaron a Dios, diciendo: Verdaderamente, Dios está con este niño. ¿Qué llegará a ser con el tiempo? Y Jesús se acercaba a la edad de doce años cuando hizo aquel milagro.
El agua recogida en una túnica
XLV 1. Y María dijo, una vez, a Jesús: Hijo mío, ve a buscarme agua al pozo. Mas, a causa del gran gentío que alrededor del pozo se comprimía, el cántaro, lleno de agua, como estaba, cayó y se rompió.
2. Y Jesús, desplegando la túnica que lo cubría, recogió el agua en ella, y la llevó a su madre. Y María quedó admirada en extremo. Y todo lo que veía, lo guardaba y lo encerraba en su corazón.
El hijo de Hanan castigado con parálisis
XLVI 1. Otra vez, Jesús se encontraba cerca de un canal de irrigación, y con él se encontraban otros niños. Y se entretenían en hacer pequeños depósitos de agua. Y Jesús, con barro, había formado doce pajaritos, y los colocó en los bordes de su depósito, tres a cada lado. Y era sábado aquel día.
2. Sobrevino el hijo de Hanan el judío, y, viéndolos así ocupados, les dijo con cólera y acritud: ¡En día de sábado amasáis barro! Y, lanzándose contra ellos, destruyó sus depósitos. Cuanto a Jesús, batió sus manos, se volvió hacia los pájaros que había hecho, y éstos volaron, chillando.
3. El hijo de Hanan se dispuso también a romper el depósito de Jesús, y el agua se desecó. Y Jesús le dijo: ¡Deséquese tu vida, como se ha desecado este agua! Y, en el mismo momento, el niño fue atacado de parálisis.
Jesús empujado por un niño
XLVII 1. Un día, Jesús camfnaba con José. Y encontró a un muchacho que corría, y que, tropezando con él, lo hizo caer.
2. Y Jesús le dijo: Como me has hecho caer, así caerás tú, para no levantarte más. Y, en el mismo momento, el muchacho cayó, y murió.
Jesús en la escuela de Zaqueo
XLVIII 1. Había en Jerusalén un maestro de niños llamado Zaqueo, el cual dijo a José: Tráeme a Jesús, para que se instruya en mi escuela. Y José le dijo: De buen grado. Y fue a hablar a María, y ambos tomaron consigo a Jesús, y lo llevaron al maestro. Habiéndolo éste visto, le escribió el alfabeto, y le ordenó: Di Alaph. Y Jesús dijo: Alaph. El maestro continuó: Di Beth. Y Jesús repuso: Explícame primero el término Alaph, y entonces diré Beth. El maestro dijo: No sé esa explicación. Y Jesús le dijo: Los que no saben explicar Alaph y Beth, ¿cómo enseñan? Hipócritas, enseñad, ante todo, lo que es Alaph, y os creeré sobre Beth. Y, al oír esto, el maestro quiso pegarle.
2. Mas Jesús, le dijo: Alaph está hecha de un modo, y Beth de otro, y lo mismo ocurre con Gamal, Dalad, etcétera, hasta Thau. Porque, entre las letras, unas son rectas, otras desviadas, otras redondas, otras marcadas con puntos, otras desprovistas de ellos. Y hay que saber por qué cierta letra no precede a las otras; por qué la primera letra tiene ángulos; por qué sus lados son adherentes, puntiagudos, recogidos, extensos, complicados, sencillos, cuadrados, inclinados, dobles o reunidos en grupo ternario; por qué los vértices quedan desviados u ocultos. En suma: se puso a explicar cosas que el maestro no había jamás oído, ni leído en ningún libro.
3. Y el maestro se sorprendió, y se espantó de las palabras del niño, de la nomenclatura que detallaba, y de la fuerza inmensa que se encerraba en las cuestiones que proponía. Y dijo: En verdad, esta criatura es capaz de quemar el fuego mismo. Yo creo que ha nacido antes del tiempo de Noé. Y, volviéndose hacia José, le dijo: Me has traído un niño para que lo instruya en calidad de discípulo, y se me ha revelado como maestro de maestros.
4. Y José exclamó: ¿Quién será capaz de educar a un niño como éste? Jesús repuso: Las palabras que acabas de pronunciar, significan que no soy de los vuestros. Estoy con vosotros y en medio de vosotros, y no poseo ninguna distinción humana. Vosotros estáis bajo la ley, y quedaréis bajo la ley. Yo existía antes que vuestros padres hubiesen nacido. Tú, José, te crees mi padre, porque no sabes de quién nací, ni de dónde vengo. Sólo yo sé verdaderamente cuándo has nacido, y cuánto tiempo permanecerás en este mundo. Y, al oír esto, todos quedaron llenos de sorpresa y de estupor.
El profesor castigado de muerte
XLIX 1. Después, otro maestro, más hábil que el primero, dijo a José: Confíame a Jesús, y yo lo instruiré. Y el maestro se puso a instruirlo, y le ordenó: Di Alaph. Y Jesús dijo Alaph. El maestro continuó: Di Beth. Y Jesús repuso: Dame antes la significación de Alaph, y después diré Beth. El maestro, colérico e irritado, levantó la mano, y le pegó. Y, en el mismo instante, su mano se secó, y cayó por tierra muerto.
2. Y el niño marchó fuera, y se mezcló entre el gentío. Y José llamó a María, su madre, y le advirtió: No dejes a Jesús salir de casa, porque todo el que le pega, muere.
Jesús en medio de los doctores
L 1. Cuando Jesús cumplió los doce años, sus padres subieron con él a Jerusalón, para la fiesta. Y, ésta terminada, regresaron a su hogar. Mas Jesús se separó de ellos, y quedó en el templo, entre los pontífices, los ancianos del pueblo y los doctores de Israel, preguntándoles y respondiéndoles sobre puntos de doctrina. Y todos se admiraban de las palabras, inspiradas por la gracia, que salían de su boca.
2. Jesús interrogó a los doctores: ¿De quién es hijo el Mesías? Y ellos respondieron: De David. Mas él replicó: Entonces, ¿por qué David, bajo la inspiración de Dios, lo llama su Señor, cuando escribe: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, para que humille a mis enemigos bajo el escabel de tus pies?
3. Y el más viejo de los doctores repuso: ¿Has leído los libros santos? Y Jesús dijo: Los libros, el contenido de los libros y la explicación de los libros, de la Thora, de los mandamientos, de las leyes y de los misterios, contenidos en las obras de los profetas, cosas inaccesibles a la razón de una criatura. Y el doctor dijo a sus compañeros: Por mi fe, que hasta el presente no he alcanzado, y ni aun por oídas conozco, un saber semejante. ¿Qué pensáis que llegará a ser este niño, por cuya boca parece que habla Dios?
Ciencia de Jesús
LI 1. Y había también allí un sabio hábil en astronomía. Y preguntó a Jesús: ¿Posees nociones de astronomía, .hijo mío?
2. Y Jesús le respondió, puntualizándole el número de las esferas y de los cuerpos celestes, con sus naturalezas, sus virtudes, sus oposiciones, sus combinaciones por tres, cuatro y seis, sus ascensiones y sus regresiones, sus posiciones en minutos y en segundos, y otras cosas que rebasan los límites de la razón de una criatura.
Jesús y el filósofo
LII 1. Y se encontraba asimismo entre los doctores un filósofo versado en la medicina natural. Y preguntó a Jesús: ¿Posees nociones de medicina natural, hijo mío?
2. Y Jesús respondió con una disertación sobre la física, la metafísica, la hiperfísica y la hipofísica, sobre las fuerzas de los cuerpos y de los temperamentos, y sobre sus energías y sus influencias en los nervios, los huesos, las venas, las arterias y los tendones, y sobre sus efectos, y sobre las operaciones del alma en el cuerpo, sobre sus percepciones y sus potencias, sobre la facultad lógica, sobre los actos del apetito irascible y los del apetito concupiscible, sobre la composición y la disolución, y sobre otras cosas que sobrepujan la razón de una criatura.
3. El filósofo, levantándose, se prosterné ante Jesús, le dijo: Señor, en adelante, soy tu discípulo y tu servidor.
Jesús hallado en el templo
LIII 1. Y, mientras se cambiaban estas conversaciones y otras semejantes, sobrevino María, que, durante tres días, erraba con José en busca de Jesús. Y lo encontró sentado entre los doctores, preguntándoles y respondiéndoles. Y le dijo: Hijo mío, ¿por qué nos has tratado de esta suerte? He aquí que tu padre y yo te buscamos con extrema fatiga. Y Él repuso: ¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que debo estar en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron la palabra que les había dicho. Y los doctores interrumpieron: ¿Es éste tu hijo, María? Ella contestó: Sí. Y ellos dijeron: ¡Bienaventurada eres, oh María, por tal maternidad!
2. Y Jesús volvió con sus padres a Nazareth, y los obedecía en todas las cosas. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas palabras. Y Jesús crecía en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.
Bautismo de Jesús
LIV 1. A partir de aquel día, comenzó a ocultar sus prodigios, sus misterios y sus parábolas.
2. Y se conformó con las prescripciones de la Thora, hasta que cumplió los treinta años, en que el Padre lo manifestó en el Jordán, por la voz que exclamaba desde el cielo: He aquí mi hijo amado, en el cual me complazco, mientras que el Espíritu santo daba testimonio de él, bajo la forma de una paloma blanca.
Doxología
LV 1. Él es aquel a quien oramos y adoramos, él quien se ha encarnado por nosotros, y nos ha salvado, Él quien nos ha dado el ser, el nacimiento y la vida. Su misericordia no cesa, y su clemencia se extiende sobre nosotros, por su liberalidad, su beneficencia, su generosidad y su largueza.
2. A Él la gloria, la benevolencia, la fuerza, la dominación, ahora, en todo tiempo, en toda edad, en toda época, hasta la eternidad de las eternidades y por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
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